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Democracia y laxitud

Unas semanas atrás comentábamos en este mismo espacio la falta de información en español a disposición del público en materia de protección contra ataques químicos y bacteriológicos. En efecto, las páginas web en nuestro idioma que contemplan el tema, se ocupan más de aterrorizarnos que de procurarnos la instrucción necesaria para, si no solventar, sí por lo menos mitigar los efectos de estas nuevas máquinas infernales, ayudar al prójimo afectado y valernos de las herramientas de defensa que pudiesen encontrarse a nuestro alcance.

Durante la segunda Guerra Mundial se facilitaba información a la población acerca de las precauciones a durante los bombardeos, por ejemplo, e incluso se comunicaban otras cautelas, en el terreno social, a fin de precaverse contra los informadores enemigos. Una muestra de esto último es la abundante la cartelería aliada, con el anticipo de su correspondiente durante la Guerra Civil española del siglo XX (en las anteriores guerras civiles patrias no se había considerado el tema de la comunicación: sólo se comunicaba a bayonetazos).

Mi primera impresión es que las autoridades, así como las instituciones que tienen a su cargo los temas relativos a Protección Civil, estaban tan convencidos de la indefensión del público ante las nuevas armas que no se veían capaces de facilitar consejo alguno. Ya no había soluciones como pasarse la noche en el Metro o apagar todas las luces al escuchar las sirenas.

Afortunadamente pude identificar dos webs en donde se suministraba la información que andaba buscando. Se trata de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (ésta está en inglés) y de La Cruz Roja Internacional, la segunda ésta en español y contempla escenarios dramáticos con recomendaciones prácticas. Creo que todos deberíamos echar un vistazo a esta web.

Es cierto que los habitantes de los países occidentales hemos acabado incurriendo en un estado general de laxitud social, con sus secuelas de percepción de falsa seguridad y felicidad basada en el simple consumo. Democracia se ha convertido en una palabra manida para demasiada gente, lo que no deja de resultar chocante: es el resultado de un esfuerzo de siglos pero que hoy ha perdido su carácter sagrado, o bien, en términos menos enfáticos, su aspecto de utilidad social.

Prestemos atención al hecho de que, con respecto al terrorismo global, en los últimos meses no se han invocado valores específicos de nuestra civilización, y cuando se ha hecho, los comentaristas y los políticos se han referido de forma mayoritaria a aspectos radicalmente materiales. Es inaudito que la cultura grecolatina, o más bien lo que queda de ella, se refiera a las bondades de nuestro sistema sobre la base del bienestar y el consumo. La libertad de mercado no nos ha entregado la democracia como un juguete para completar nuestra percepción de éxito. ¡Ha sido al revés, por el amor de Dios!

Acaso tienen razón los políticos al referirse en tan escasa medida a la democracia en estos difíciles momentos. Los buenos comunicadores saben que los mensajes que se transmiten con mayor eficacia son aquellos que los receptores ya saben de antemano. En consecuencia, una cultura descapitalizada socialmente, una cultura que no otorga valor a sus propios logros, que da por cierto que tiene derecho al mimo institucional y que no se le exige ningún otro esfuerzo que el pasar por la vida dulcemente hasta que llegue el momento de la aséptica incineración, no puede concebir que le pueda ocurrir nada malo.
No se trata de renunciar a nada. No es necesario valernos de nuevos conceptos. Lo que necesitamos es recuperar los que ya teníamos y que nos valieron nuestro propio éxito.


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