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EDITORIAL

Un buen gesto, pero ideas, pocas

¿Sabrá el Partido Popular incorporar la grandeza del gesto de su presidente de abandonar el poder en el mejor momento de su carrera personal, convertirlo en una referencia ética y disipar las incertidumbres que también acarrea? El importante discurso de José María Aznar en la clasura del XIV congreso dirige la acción del partido en un sentido plausible y fija un proyecto político coherente. En el mejor de los casos, debería servir para mitigar la inquietud de cara al futuro, ante los riesgos del pragmatismo, la autocomplacencia –acrecentados por la situación por la que atraviesa el mayor partido de la oposición– y el personalismo.

En su discurso, José María Aznar ha defendido con firmeza y convicción la única política antiterrorista que ha dado resultados: la negativa a cualquier forma de acercamiento o componenda con los proetarras y la persecución de los terroristas con los instrumentos propios del estado de derecho, en una clara advertencia a los nacionalistas vascos, inmersos en su “deriva radical”. Sin embargo, esta claridad queda empañada por la insistencia en que CiU entre en el gobierno de España. En poco difieren los planteamientos nacionalistas de Pujol de los de Arzalluz, ya que ambos anteponen la “construcción nacional” de Cataluña y País a la unidad y prosperidad de España.

En cuanto al área económica, es igualmente satisfactorio comprobar que el PP considera necesario seguir profundizando en las reformas liberalizadoras, especialmente del mercado laboral, y en las rebajas de impuestos, verdaderas responsables del progreso y la creación de empleo, como bien ha señalado Aznar en su discurso. En este sentido, sólo cabría reprocharle lo tímidas que han sido las reformas fiscales y laborales hasta el momento, así como el mantenimiento de oligopolios de facto resultantes de las privatizaciones o el excesivo intervencionismo en el mercado eléctrico, donde la fijación de precios sigue siendo competencia gubernamental.

La defensa de Aznar de la necesidad de reformar la enseñanza abandonando el “statu quo actual” es sin duda el siguiente paso, después de la tímida reforma de la Universidad, para evitar que en el futuro una mayoría de españoles ignore su propia historia, tenga problemas con la aritmética y padezca de analfabetismo funcional. Pero falta quizá valentía en el Partido Popular para enfrentarse a los profesionales del experimento pedagógico —verdaderos responsables de la situación actual— que en la época del PSOE tomaron por asalto el estamento educativo. Las reformas liberalizadoras aún están por llegar en este sector.

Sorprende que el Partido Popular, en la cima de su éxito y aceptación ciudadana, no se atreva a reivindicar con más convicción su vocación liberal, sepultada bajo toneladas de “posibilismo”. La insistencia en el centrismo, un páramo político carente del verdor de las ideas, de las convicciones firmes y de objetivos distintos a la mera conservación del poder, no es una buena señal para el futuro. Muestras de ello son, entre otras, la exagerada cobertura que los telediarios de TVE han dedicado al congreso (más de un cuarto de hora el sábado), que nos recuerda dramáticamente lo poco que se ha hecho en ese terreno, y las recientes muestras del fracaso anunciado de la “despolitización” de la Justicia.

Es innegable que José María Aznar puede apuntarse el mérito de haber rehabilitado en parte las políticas liberales —fundamentalmente en la vertiente económica— ante la opinión pública. Sin embargo, como ha podido constatarse en este congreso paradójicamente bautizado, hay escasos indicios de que el partido tenga ánimo beligerante en la batalla de las ideas. En ocasiones se tiene la impresión de que el programa máximo del partido se reduce a lo enunciado por su presidente en su discurso. Ésta es la asignatura pendiente de los populares, que, entre otros peligros latentes, aún arrastran complejos de legitimidad ética respecto de la progresía.

En un país como el nuestro, donde las adhesiones inquebrantables, los odios incondicionales y el apego al poder son un fértil terreno para la tentación caudillista, el ejemplo de la renuncia de Aznar, en la cumbre del éxito y la popularidad, es de esperar que se incorpore como un igrediente que fomente la integridad política de sus militantes. Sólo con el tiempo se sabrá si este gesto, admirable en lo personal, habrá sido también positivo para España y si el líder popular acertó a transmitir a sus sucesores, que ya afilan las espadas, esa vocación de prioridad en el servicio a España y a la libertad.


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