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EDITORIAL

Zapatero no “traga” la reválida

“Hacia la igualdad por la ignorancia”. Si hubiera que resumir en un breve apotegma los principios inspiradores de la LOGSE, este sería quizá el más adecuado. La aspiración tradicional de todos los gobernantes con ínfulas totalitarias ha sido siempre controlar los contenidos de la educación. Y es comprensible, puesto que el sistema cognitivo que permite interpretar los hechos de la realidad se construye precisamente sobre la base de los principios y teorías que en ella se adquieren.

El objetivo de la LOGSE parece haber sido no tanto la imposición de un adoctrinamiento político —que también—, sino “transformar la sociedad” utilizando como instrumento la educación al modo de Francisco Ferrer (tan admirado por muchos socialistas y a quien Unamuno calificó de “tonto criminal”), de Antón Makarenko (pedagogo bolchevique) o de los trasnochados esquemas de Sommersville, tan populares en los años sesenta y setenta, época en la que parecen haberse quedado varados la mayoría de los representantes de la, paradójicamente, autodenominada “progresía”.

Esto puede parecer exagerado. Pero no hay más que leer lo que uno de los redactores de la LOGSE, Álvaro Marchesi —que fue Secretario de Estado de Educación en la etapa socialista— escribió en su libro Controversias en la educación española, publicado hace dos años, sobre los objetivos de la enseñanza: “...existe el grave riesgo de que la búsqueda del nivel conduzca a medir lo que en educación es más fácil medir: los aprendizajes de los alumnos. El paso siguiente es reducir la educación a los logros académicos de los alumnos. Y se termina finalmente afirmando que son estos logros los que reflejan el nivel de la educación, sin tener tampoco en cuenta si son alcanzados por una minoría selecta de alumnos o por la mayoría de ellos”. Es decir, lo que importa no es tanto que los alumnos aprendan sino que no se sientan “discriminados” respecto de aquellos que demuestran una mayor capacidad y rendimiento. O lo que es lo mismo, lo esencial es que nadie destaque, que un grueso manto de mediocridad lo cubra todo para que los envidiosos y los resentidos estén contentos. Tal es la razón por la que nadie debe repetir curso ni someterse a exámenes o reválidas.

Hay pocas dudas de que este es el sistema educativo que el PSOE quiere para los españoles. Y como presentarlo crudamente provocaría el rechazo inmediato de los padres menos obtusos, a Zapatero no se le ocurre otra cosa mejor que atacar los injustificados complejos de franquismo residual que inexplicablemente arrastra el PP —“quieren volver a la educación de los años cincuenta o sesenta con la implantación de la reválida”— y atizar el rescoldo de la demagogia socioeconómica, —“mientras haya niveles de renta tan diferentes en la familia, la educación es el único instrumento poderoso para lograr movilidad social e igualdad de oportunidades”—. Además, quiere aprovechar la ocasión para demostrar a la vieja guardia que él también sabe dar caña.

Sin embargo, Zapatero olvida intencionadamente que la calidad de la enseñanza en aquellos años —que a él y a su partido les conviene presentar como la época más aciaga de la educación en España— era bastante aceptable. Si dejamos a un lado el aspecto negativo del adoctrinamiento religioso y político (mucho menos intensivo e importante de lo que hoy se dice, sobre todo a partir de los años sesenta, y del que la LOGSE no está precisamente exento) y tenemos en cuenta que entonces también existían las becas (muchos miembros del PSOE pudieron estudiar gracias a ellas), a la edad de catorce años el estudiante medio tenía un dominio razonable del idioma español, conocía lo esencial de la Historia de España, tenía nociones de latín y de literatura clásica, dominaba la geografía, la aritmética y el álgebra elementales y estaba familiarizado con los rudimentos de las ciencias naturales.

Hoy, por desgracia, no puede decirse lo mismo, y la Ley de Calidad, con muy buen criterio, pretende reintroducir criterios de evaluación para detener el constante deterioro del nivel académico en España. No obstante, mientras la LOGSE continúe en vigor, no será posible contar con una educación que responda a los objetivos que le son propios: la preparación de los alumnos para la vida adulta.

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