San Vicente de la Barquera anda estos días en vilo por la suerte que correrá su mejor embajador. David Bustamante, el joven albañil que encandila a media España –ellos y ellas, jóvenes y viejos, marineros y alcaldes, mendigos y políticos– le arrebató el estrellato en la última gala a la dulce Nuria Fergó y este lunes puede convertirse en uno de los tres ganadores del fenómeno Operación Triunfo.
Si las encuestas se cumplen, serán Rosa, Chenoa y Bisbal los que le roben ahora al cántabro las mieles de un éxito que ya ha conseguido con méritos propios. Ha sido David, reconozcámoslo, el concursante que más ha avanzado –junto a Rosa– en todos los sentidos: profesional, personal y hasta espiritualmente. Hasta aquí todos conformes. Pero ahora llegan las discordantes voces para decir que cómo es posible que España haga de este mozo un abanderado de nuestras juventudes. ¿Es Bustamante el futuro de nuestra sociedad? –se preguntan algunos puristas que van de intelectuales e intentan defenestrar a los protagonistas del mayor fenómeno mediático que hemos conocido.
No sé si será David Bustamante el ejemplo de nuestro futuro, ni si seguiremos viendo por el litoral español pancartas de apoyo y cariño hacia unos chicos que han conseguido conmover al país con su tesón y su esfuerzo, pero sí estoy convencido de que Busta es parte de nuestro presente, de nuestra realidad y de nuestra España.
Y si a alguien le molesta que estos aspirantes a cantante tengan sueños y luchen por ellos es que no ha sido nunca joven o lo que es peor, es que nunca ha tenido sueños.
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