El Pacto de Estabilidad de la Unión Monetaria Europea nació por imposición de los alemanes, y ellos mismos se han encargado de convertirlo en papel mojado. Claro que en la tarea también han colaborado otros.
El Pacto surgió por la desconfianza de Alemania hacia los países del sur de la Unión Europea, concretamente España e Italia, quienes, contrapronóstico, habían conseguido ganarse por derecho propio el título de socios fundadores del club del euro. Eso gustó muy poco a los germanos que, ya en los prolegómenos de 1997, cuando se veía que españoles e italianos podían cumplir los criterios de convergencia, dijeron que no tenían que entrar en la primera oleada de la unión monetaria europea aunque sus datos macroeconómicos estuvieran acordes con las exigencias del Tratado de Maastricht para obtener el pasaporte a la UEM. Y es que temían que esos socios no deseados deterioraran la imagen y la credibilidad del Banco Central Europeo y del euro. Pero como no pudieron frenarles, idearon el Pacto de Estabilidad, por el cual ningún país de la zona del euro puede tener un déficit público que exceda del 3% del PIB. En ese caso, sería sancionado y, previamente, apercibido y amonestado por la Comisión Europea.
Alemania, esa Alemania que quería un acuerdo todavía más duro, con un límite para el desequilibrio fiscal del 1%, hoy no ha querido cumplir lo que impuso a los Doce. El Gobierno federal recibió hace unos días la carta de advertencia del comisario europeo para Asuntos Económicos, Pedro Solbes, y le sentó mal porque, entre otras cosas, está en juego la reelección en septiembre del canciller Gerhard Schröder. Por eso, Schröder se ha negado de plano a que Bruselas ejecutara el segundo paso, esto es, la amonestación y, con ello, ha puesto en tela de juicio el Pacto de Estabilidad, sobre todo porque este principio no se aplicó en su momento con Irlanda. Según la visión alemana de las cosas, en el club del euro hay socios de primera y socios de segunda. Y todo esto es un flaco favor para la credibilidad de la unión monetaria y sus instituciones, porque si los grandes se saltan a la torera las normas impuestas por ellos para tratar de garantizar la estabilidad macroeconómica, nadie confiará en el euro ni en la calidad de sus fundamentos. ¿Quién se extraña ahora de la debilidad frente al dólar de la moneda única desde el mismo momento de su nacimiento?
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