El río que mana de su alma, cada vez que Rosa abre la boca, sólo es comparable al de esas grandes estrellas, diosas de la canción universal, que vivas o muertas siguen llenando nuestra vida de historias. Tiene su cantar de negra matices infinitos, sus ojos cuentan todo aquello que le conmueve aunque ella se empeñe en sentirse niña para no abrir al mundo el tesoro de una intimidad cuajada de sentimientos y bondades. Su madre, Francisca, sabe que “el exceso de protección al que la familia ha sometido a Rosa puede ser un problema en el futuro”, pero también está convencida de que su hija "se ha abierto al mundo con este programa, ha dejado ver sus sentimientos y ha aprendido a vivir y a compartir”.
Bisbal es algo más que un ídolo de adolescentes furiosas por ver al nuevo rey latino del caderazo. Este almeriense nos ha enseñado que la inocencia es también un arma para abrirse camino en la jungla de la comunicación. Bustamante es la ternura, la inocencia, el corazón de la amistad.
Llegó Bisbal al programa casi de milagro, Bustamante con más corazón e ilusiones que tablas y la gran Rosa lo hizo “cagaita”, como ella misma dice, ante algo que parecía tan frío –la destructiva televisión a la que estamos acostumbrados–. Y encontraron en la Academia “tanto calor” que ahora sienten miedo de volver al mundo real. Es ese calor, esa protección, esa amabilidad y esa pureza la que han hecho que millones de espectadores se enganchen al mayor fenómeno mediático que hemos conocido en 45 años de televisión en España.
El éxito de Operación Triunfo, el de Rosa, el de Bisbal, el de Bustamante, el de una injustamente vencida Chenoa... es haber conseguido arrinconar la basura –tremenda moda televisiva de los 90– para llegar al corazón de los espectadores. Se rompe así –quizá no somos conscientes aún de ello– el fatídico molde del todo vale. El programa marca un antes y un después en esta nueva y vieja televisión. Vieja, porque ya existió el buen hacer en algún momento de la historia de la comunicación. Nueva, porque ya casi habíamos olvidado que el sentimiento, la bondad, el compañerismo, el esfuerzo, el trabajo diario... son la mejor garantía para triunfar y para arrasar en el share. Hemos sustituido un sofá de encuentros inútiles, plagado de holgazanes macacos, por una Academia de Altos Rendimientos llena de futuros artistas.
Chenoa es el descaro, la sutil provocación, el salvaje frescor de una argentina en la suave Mallorca. Si Rosa es la negra voz de este cuento, Chenoa es su hermana mulata. Si Rosa ha sido la gran ganadora, Chenoa debía haber compartido parte de ese éxito. Pero no fue así y Chenoa nos descubrió su verdadero talante de amiga, artista y compañera. Sus lágrimas, sus sonrisas y su emoción fueron la mejor expresión de la noche.
Entre la convulsiva escenificación de Bisbal y los encantos del más dulce Bustamante, nos encontramos con Rosa, el remanso de un profundo bosque lleno de fragancias. Ella ha llenado de luz las televisiones y de esperanzas el futuro de muchos jóvenes. Es Rosa el motor de un barco que no ha hecho más que zarpar. Bustamante, Tenorio, Fergó, Gisela, Bisbal, Chenoa... son parte del engranaje de ese motor que ha demostrado que ni todo estaba inventado en la televisión, ni hace falta llenar la pantalla de sexo, violencia y morbo para que 13 millones de españoles sientan que algo les vibra por dentro.
Es mucho más sencillo que todo eso. De la insoportable letanía del ¡Jo, tía, tía, tía, tía! de las individuas de Confianza Ciega o los exabruptos de aquel yoyas del último Gran Hermano a la amistad que nos provocan los jóvenes triunfadores sólo hay una clave: Luchar por los sueños. Ellos lo han conseguido y nosotros, los espectadores, debemos recompensarles con el más sincero cariño y el más cálido de los aplausos.
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