Este famoso lunes 11 de Febrero ha sido para muchos el verdadero inicio de la campaña presidencial, con el “si” de Chirac, en Aviñón, a su alcaldesa Marie-Josée Roig, un “si” nada nupcial, a menos que se confunda el fervor político con la pasión privada. Este lunes, el vespertino Le Monde se pasó de listo, anunciando en primera plana que Chirac no se había declarado candidato, cuando lo había hecho varias horas antes. Salí a comprar el periódico a las cuatro y media (16:30 horario RENFE) y ya sabía lo de la candidatura, por radio y televisión, desde la 12:45 (mismo horario). Si recuerdo tan precisamente la hora es porque los alumnos de la escuela que está enfrente de casa, salían corriendo con el mismo insoportable griterío.
Ese lunes por la tarde, Chirac se invitó a la primera cadena de televisión (primera tanto por el nombre, como por la audiencia, pero no por la calidad). No estuvo muy bien, nervioso, consultando sus notas, sonrisas como muecas, etc. Pero éste es un punto de vista de director juzgando a un actor, o algo así. Estuvo mejor en Aviñón, no cabe la menor duda. Como tampoco cabe la menor duda de que en los días venideros los sondeos le van a ser más favorables. Ya era hora. Habrá ocasión de comentar detalles picarescos, e incluso debates de fondo, si tienen lugar, en estas elecciones, me limitaré, por ahora, a señalar algunas curiosidades reflejadas por los sondeos: la muñeca de ventrílocuo Arlette Laguillier, ya que efectivamente tiene un jefe oculto, y ella se limita a repetir los mismos sofismas desde hace 30 años, supera con mucho a Robert Hue, líder del PCF, en la intención de voto. Lise London está que trina. Los centristas y liberales, Bayrou y Madelin, siguen en coma profundo. Y, relativa sorpresa, Jean-Pierre Chevenement se mantiene en torno a los 13%.
Se diría que nada tiene que ver, pero ya veréis, ayer tomé el metro. No me ocurre todos los días, pero sí todas las semanas, y he podido darme cuenta, una vez más, del deterioro constante de ese tan loado servicio público. Si hace, pongamos, diez años, ocurría un incidente cada cincuenta o cien trayectos en metro, hoy ocurre uno cada tres. Repito que no soy usuario cotidiano, y admitamos que tenga una impresionante mala pata, pero lo que me ocurrió ayer, o sea, que un altavoz incomprensible anunciaba el paro indefinido del tráfico por motivos misteriosos, ocurre cada dos por tres. Huelgas anunciadas o por sorpresa, graves incidentes con delincuentes, etc.
El metro parisino, que fue uno de los mejores del mundo, se ha convertido en un juego de azar. Peor para los ricos, me dirán, porque los pobres socialistas van en coche, y tienen otro tipo de problemas. Toda la clase política repite hasta la nausea, que hay que mantener y proteger los magníficos servicios públicos franceses, ejemplo de eficacia y democracia para el mundo entero, pero ocurre que nadie escucha a los usuarios (y electores) requetehartos de la decadencia y desorden de los servicios públicos estatales trátese de los transportes y sus incesantes huelgas, del correo, de los hospitales, cada vez más podridos, y no hablemos de Hacienda. ¿Quién se atreverá a decir la verdad, en ésta, como en otras cuestiones?
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