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Enrique de Diego

Debate sobre la nacionalidad

Últimamente hay algunas noticias relacionadas con la nacionalidad que resultan sorprendentes. En el extremo positivo, un alemán nacionalizado español gana la medalla de oro en esquí de fondo. Desconocíamos que estuviéramos tan bien situados en esquí en estos momentos. Juanito, como se llama, ha jurado la Constitución y sus reacciones han sido de un españolismo castizo. El deporte es uno de los ámbitos más abiertos y ese es el caso.

En el extremo negativo, se confirma que en Guantánamo hay dos ciudadanos españoles. Se trata de dos integristas islámicos cuyo objetivo era acabar con las sociedades abiertas occidentales. Es conocido el caso del estadounidense talibán. También cinco ciudadanos británicos se enrolaron con los talibanes para acabar con los infieles ingleses. Tras el 11 de septiembre, hubo manifestaciones en Londres a favor de Ben Laden. El novelista Frederik Forsityh escribió que quizás debería revisarse la nacionalidad de algunos que odian a la nación que figura en su pasaporte. Es, desde luego, un terreno delicado, pero parece claro que estamos asistiendo a fenómenos nuevos –relacionados casi siempre con el islamismo radical, aunque no únicamente– en los que lejos de encontrarnos ante sociedades multiculturales, como predicaba el paradigma de la postmodernidad, nos hallamos ante asentamientos cerrados, ante sociedades cerradas insertadas en las sociedades abiertas, como en el fondo abocaba ese paradigma basado en el estructuralismo y las excepciones culturales; el relativismo cultural de que todas las culturas son iguales. Es decir, hay gentes que quieren destruir el mínimo común democrático de su nacionalidad pero utilizando los beneficios en términos de derechos de la nacionalidad. No sé cómo se resuelve esta contradicción, pero existe.

Sí puede decirse que en las últimas décadas ha habido debilitamientos del Estado de Derecho, basados en extraños y alambicados complejos de culpa, que se han constituido en la ideología base de bastantes ongs subvencionadas. Hay que recuperar el prestigio del Estado de Derecho y considerar quizás la existencia de un fenómeno de autoexclusión.

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