Los aficionados a los juegos de estrategia aplican los recursos del denominado dilema del prisionero para establecer sus estrategias en todos los órdenes (profesionales, familiares e incluso emocionales). Lo cierto es que las aplicaciones potenciales de este juego de estrategia son un pozo sin fondo: se puede utilizar para decidir la invasión de Iraq, para establecer la conveniencia de subir o bajar los impuestos o para que una pareja llegue a un acuerdo entre ir al cine o al teatro. De forma muy resumida, consiste en el esquema "si yo hago esto, entonces mi rival hará aquello o dejará de hacerlo, así que me veré perjudicado o favorecido en función de la decisión del otro". La diferencia con el ajedrez consiste en que mientras en éste la tarea consiste en que el contrincante no conozca nuestra estrategia, en el dilema del prisionero hay que conseguir que el otro se entere lo antes posible de cómo las gastamos cuando la conducta de los demás no nos gusta (una buena estrategia consiste en castigar de forma contundente al otro si nos defrauda).
Las sociedades democráticas juegan a este juego consigo mismas, por ejemplo, cuando se deciden temas de conservación medioambiental (puedo talar unas cuantas docenas de bosques ahora para conseguir papel, pero cuando mis nietos quieran ir de excursión tendrán que hacerlo a través de un bosque de hayas de plástico, por ejemplo). Dentro de este contexto, los adultos estamos negociando con nosotros mismos... dentro de quince, veinte o treinta años. Lo que sucede es que España es un caso especial, tal como se declaró en el Simposio de la Fundación Areces, en el Simposio Internacional de Gerontología al prever cambio sustantivos en los patrones de envejecimiento como consecuencia de la llegada a la vejez de las generaciones baby boom nacidas después de la Segunda Guerra Mundial. Esas nuevas generaciones, se presume que van a modificar totalmente los planteamientos y necesidades acerca de la senectud (uno de cada cuatro europeos, en este primer cuarto del siglo XXI, tendrá más de 65 años. Especialmente en España, se estima la existencia de la población más envejecida de la tierra, ya que el 43 por ciento de la población, tendrá más de 65 años). En la Guía del Mundo pueden consultar una tabla comparativa de fertilidad elaborada por la UNICEF entre todos los países del mundo.
Lo realmente curioso es que, aunque no existe un modelo en común de transición demográfica para los países PET (países en economía de transición desde una economía centralizada hacia una economía de mercado), la mayoría de los países PET europeos se caracterizan por tener caídas de fertilidad aceleradas hasta llegar a niveles por debajo del de sustitución, como es el caso de la Federación Rusa. La pérdida de población en Rusia tiene unas causas distintas a la de España (la emigración juega un papel determinante) pero el resultado de envejecimiento es similar. Pues bien, traten de imaginarse un Ministerio de la Juventud regido por ancianos en un país envejecido. Como mínimo, suena extravagante.
Desde un punto de vista técnico, un experto en negociación diría que la táctica es correcta, pero no la estrategia, puesto que no se está negociando con el interlocutor correcto (es exactamente la diferencia que media entre eficiente y eficaz).
Las asimetrías estratégicas entre la izquierda y la derecha en España resultan sorprendentes en el contexto occidental: mientras aquí la derecha ha evolucionado de forma sorprendente hacia estructuras eficaces y comprometidas en términos sociales, la izquierda da muestras de mostrarse tozudamente inmóvil. Y los liberales no deberían frotarse las manos ante esta circunstancia. Como dijo Laureano López Rodó (¡en 1977!) "se necesitan las dos piernas para caminar". Y aquí se marcha a pata galana.
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