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Resistencia a la prosperidad

Una antigua comedia española, la película Los nuevos españoles mostraba a los empleados de una compañía de seguros que acababan falleciendo a causa de los sufrimientos causados por unas dosis de estrés a las que no estaban acostumbrados. Los fallecidos eran vendedores de seguros de vida, una de las formas más difíciles de venta que se conocen en le mundo comercial.

Si hoy siguiese activa la pareja Pajares-Esteso, a buen seguro que se rodaría una comedia similar, aunque en el ambiente de las Nuevas Tecnologías. ¿Se lo imaginan? La pregunta es: ¿tendría éxito una película así? Probablemente no, porque si bien en la década de los años setenta las dificultades de acceso al mercado de trabajo crearon marejadas de vendedores, cuya inmensa mayoría hubiesen preferido un cómodo trabajo de oficina, el colchón social que hoy procura la familia no convierte en tan urgente la búsqueda de un empleo, sea el que sea. Hace un cuarto de siglo no había mucho dónde elegir. La mayoría de los titulados universitarios provenían de familias que habían superado un cierto umbral de ingresos económicos y, ciertamente, estas familias constituían una minoría, por lo que la mayor parte del público se sentía reflejado en las bufonadas de los protagonistas, tal vez, como siempre sucede en el humor, sintiéndose aliviados porque, por lo menos en la pantalla, a los payasos de las bofetadas les iba peor que a los espectadores.

Nuestro entorno actual no se corresponde con el escenario de supervivencia de hace veinticinco años. Resulta interesante plantearse cuál es la actitud de una persona joven cuando busca empleo. La diferencia que media entre una sociedad en la que los jóvenes buscan un trabajo de acuerdo con su perspectiva vocacional y aquellas otras marcadas por el simple interés en tener algo, pero que ese algo sea cómodo y no implique mayores responsabilidades, es una de las claves diferenciales de la riqueza social.

Y podemos preguntarnos algo más: una vez obtenido el trabajo, uno puede limitarse a cumplir, o bien apostar por el desarrollo personal y profesional orientados hacia el crecimiento productivo.

La denominada Teoría X de McGregor afirma que la mayor parte de la gente "es indolente, le repugna el trabajo y no quiere asumir responsabilidades". Frente a este planteamiento, el propio autor denominó "Teoría Y" a la que sostiene que "todo el mundo dará lo mejor de sí mismo si obtiene satisfacción en el trabajo". La verdad es que sólo hay una forma de obtener esa satisfacción: percibiendo una retribución, tanto económica como social, por el trabajo realizado. Como es obvio, esa retribución únicamente se puede obtener a través del éxito. La sociedad no te da puntos por participar. Te los da por ganar.

Una descripción parcial de un entorno de supervivencia económica presenta un panorama en el que los actores no creen en un futuro mejor. Es eso que muchos denominan "desencanto", concepto cuyo impreciso contorno ha sido no sólo el buque insignia de la izquierda, sino incluso su buque escuela, siendo tan borrosos sus contornos que bien pudiera tratarse de un barco de cualquier clase en medio de la niebla. Las personas que se ven afectadas por esta circunstancia, contribuyen efectivamente a la creación de esquemas sociales en los que difícilmente pueden darse las condiciones de satisfacción que propone la Teoría Y.

Seguimos dando por hecho que la capacitación en el trabajo es una cuestión técnica, cuando todavía seguimos sin construir los cimientos emocionales sobre los que se sostiene la beneficiosa creencia en que el éxito personal constituye un éxito social. Las hipócritas trampas consistentes en la amenaza de una "competitividad salvaje" y otras zarandajas deben ser rechazadas como lo que son: burdos subterfugios que no buscan otra cosa sino anclar a la sociedad en su pasado. Un pasado triste. Un pasado de pura supervivencia que jamás invocó un futuro de éxito.

Lo malo es que cuando la terquedad de los hechos nos demuestra que el éxito es una meta absolutamente alcanzable, los agoreros nos bombardean mediática y sistemáticamente para que desistamos de nuestros propósitos y añoremos el dulce desencanto del fracaso. Por lo que a mi respecta, van listos.


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