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Redes, mallas y faldas

Algunos expertos en inversiones prestan su atención a determinadas señales que emiten los mercados y que resultan algo chocantes para el común de los mortales. Se trata de signos y comportamientos sociales y económicos que, de alguna manera, facilitan pistas para predecir las inversiones en el medio y largo plazo. Estas señales van desde la evolución del volumen de pares de zapatos o el número de billetes de avión adquiridos en un determinado período hasta la longitud de las faldas en las pasarelas de moda (sic). Lo de las faldas proviene de una observación histórica, ya que, en efecto, en los períodos de recesión, las pasarelas de moda muestran colores oscuros y tristes, así como faldas que tiran a largas (considérese, por ejemplo, la desaparición de la minifalda en la década de los años setenta).

A juzgar por las pasarelas actuales, vivimos momentos de confiado pesimismo. Comparen los llamativos modelos de Ángela Arregui y Emanuel Húngaro con la severidad de Amaya Arzuaga (si desean ver todas las pasarelas actuales, nacionales y extranjeras, pueden consultar la web de moda de El Correo Digital que es muy completa). Las faldas largas ganan por goleada.

Pero no hay que inquietarse, ya que la duda sistemática en cuanto a la brevedad o abundancia del aparato locomotor aireado se ve de sobras compensado por la osadía de las prendas para la cintura escapular, tal como pueden comprobar con los modelos de Taka Naka o Chloe.

Y es que a cada siglo le corresponden sus costumbres rigurosas y sus hábitos menos morales. En el Renacimiento, los caballeros vestían medias con coquillas más que procaces, uno de cuyos usos, en absoluto mal visto entonces, consistía en servir de calefactor para frutas secas y otras golosinas con las que obsequiar a las damas. Hoy en día no consideramos un gesto exquisito la apertura de braguetas en público.

Igualmente, a mediados del siglo XIX, las faldas se alargan repentinamente, olvidando la alegre moda que tan bien reflejó Goya, por ejemplo en el Baile a orillas del Manzanares. Mediado el siglo, como decíamos, las faldas se alargan, pero sólo para las jovencitas (las mujeres maduras podían mostrar los tobillos porque iban vestidas a la antigua). Y así se queda la moda nada menos que hasta concluida la I Guerra Mundial, que ya es tiempo.

La moda ha servido, entre otras cosas, para distinguir la clase social a la que cada cual pertenecía. La ropa denotaba y denota el oficio u ocupación, y en consecuencia, las expectativas de trato mutuo que se deben mostrar entre sí las personas en función de su posición económica y cultural: mantengo una buena amistad con un empleado de una gasolinera de un pueblo segoviano con el que suelo hablar del tiempo mientras se llena el depósito del automóvil, pero me tutea o me trata de usted dependiendo de si ese día llevo o no corbata. No lo puede evitar.

Y es que, precisamente, la moda no sólo se debe a los usos y costumbres, sino a las expectativas de futuro. Es muy significativo el caso del inicio del proceso de occidentalización de Turquía en el siglo XIX. La moda turca en esa época nos presenta sus bashlyks y kavuks, en los que se inspiraron no pocos modelos de la época romántica en Europa, así como el lazo para los caballeros llamado boyunbaðý, que después pasaría a Croacia dando origen a lo que hoy llamamos "corbata". Los turcos decimonónicos querían ser europeos (exactamente como hoy en día) y para no hacerlo de golpe, encasquetándose levitones de París y sombreros de copa, llevaron a cabo sus propósitos a la inversa, algo que, por lo demás, no resulta especialmente difícil, porque los occidentales siempre nos hemos sentido fascinados por Oriente.

A la vista de estas cosas, cuando vemos los actuales escotes, que más bien vienen a ser boquetes, o las ligeras transparencias pectorales, las cuales no son ropa en sentido estricto, deberíamos preguntarnos: ¿qué queremos ser? ¿bosquimanos?


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