La piratería musical es un problema que viene de antiguo. En esto nos sirven de ejemplo los problemas de Verdi para cobrar por sus partituras, que se copiaban a mano sin autorización por su parte. Es algo con lo que los artistas y discográficas han convivido siempre, sin que provocara mayores traumas. Sin embargo, últimamente se quejan más de lo normal, porque de la copia privada entre amigos se ha pasado a la copia privada entre desconocidos conectados por la red. Y eso, desde luego, aumenta enormemente el volumen de material pirata que se intercambia.
Además, la dificultad de tratar con el concepto de propiedad intelectual provoca que buena parte de los ciudadanos no acabe de aceptar que esté haciendo algo realmente malo. Se considera ilícita la venta, pero no la copia privada. Al fin y al cabo, de este modo el autor "no pierde nada", puesto que sigue conservando su canción o su película. No es como robarle el coche. Quizá, y como mucho, deja de ganar lo que nos hubiéramos podido gastar en su adquisición.
Esto está evidentemente equivocado, y por las mismas razones por las que no se permite la entrada libre a un estadio de fútbol una vez ha empezado el partido, pero debemos darnos cuenta de que es con estas premisas con lo que se intercambia en la Red. Las demandas contra Napster y sus derivados han podido dificultar esta actividad pero no la han detenido ni la detendrán. Lo único que podría hacerlo sería una reconversión que, por una vez, no afectara a los astilleros, sino a las discográficas, distribuidoras, etcétera.
La aparición de la imprenta provocó un revuelo enorme y cambió por completo las reglas de producción y distribución de los libros. Internet ha provocado algo similar, pero esta vez con prácticamente cualquier tipo de información. Las empresas deberán buscarse modos menos costosos de distribuir y vender sus productos basados en la propiedad intelectual, haciéndolo a través de la Red. Y recordando que a los consumidores les gusta poseer lo que compran, no sólo alquilarlo, que parece ser el camino que quieren seguir.
Sea legítimo o no, guste o no, sea legal o no, sea moral o no, el ya antiguo sistema de las discográficas ha muerto. Cuanto más tarden en darse cuenta, más duro será el batacazo.
Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.
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