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EDITORIAL

Pendientes del congreso

Como consecuencia de la eliminación política de Redondo Terreros, puesta en marcha desde Madrid, los socialistas vascos celebran su congreso extraordinario divididos entre los partidarios del “espíritu de Ermua” y los que se sienten más cercanos al “espíritu de Elkarri”. Inspirados por este último, se alinean los que hacen suyo el objetivo común de los nacionalistas (etarras y peneuvistas): romper el frente constitucional en el País Vasco para aislar definitivamente al PP, identificándolo en su mitológico mapa político como el heredero directo del franquismo. Es decir: de un lado los “tolerantes”, los “pacíficos”, los que son capaces de dialogar “sin complejos” con quien haga falta con tal de lograr la “ansiada paz”. Y de otro los intransigentes, los maximalistas, los que al nacionalismo vasco “democrático” oponen el “nacionalismo español”, de “dudosa” patente democrática, los que no están dispuestos a hacer ningún esfuerzo dialogante por la “paz”. ¿Los muertos? Bueno, daños colaterales en el largo camino hacia la “reconstrucción” nacional.

Es comprensible que muchos socialistas vascos, asqueados de tanta coacción física y psíquica, tiren la toalla, abandonen la actividad política y, en bastantes casos, emigren fuera de su tierra. No se puede exigir a nadie la heroicidad; y el abandono, lejos de merecer reproche, exige del resto de los españoles el cálido reconocimiento y la gratitud por los servicios prestados a la libertad y la democracia por quienes ya han llegado al límite de sus fuerzas. Sin embargo, sí merece censura y todo tipo de reproches la actitud de quienes quieren obtener la inmunidad ante el acoso nacionalista y las migajas de poder que Arzalluz e Ibarretxe les quieran otorgar a cambio de negar sus propias convicciones y de entregar una fuerza política a sus adversarios o, mejor dicho, sus enemigos. Es el caso de Gemma Zabaleta y, sobre todo, de Patxi López y Jesús Eguiguren. La primera, porque cree posible una inverosímil posición de “centro” entre los proclives al diálogo con la ETA y los que creen que el terrorismo sólo puede combatirse con la ley en la mano. Y los segundos (patrocinados por la ejecutiva de Ferraz, teledirigida por González y Cebrián), porque tan sólo aspiran ya a ser gratos y útiles a la causa del PNV.

El asesinato de Juan Priede, el único edil no nacionalista del Ayuntamiento guipuzcoano de Orio, en la víspera del Congreso del PSE, ha de marcar quizá definitivamente las diferencias. De un lado, aquellos que con Carlos Totorika al frente apoyan la vía constitucional. Del otro, quienes están dispuestos a hacer almoneda de España y del PSE con tal de dar gusto a Arzalluz, Ibarretxe y Otegui.

Puede que los primeros no consigan hacer valer sus tesis, pero en tal caso, por lo menos habrán conservado intacta la dignidad y el honor. Sin embargo, el problema para los segundos es que los nacionalistas no se contentarán más que con una “conversión” total de los “dialogantes” al credo nacionalista y con su relegación al estatus de “ciudadanos de segunda”, como una especie de “cristianos nuevos”. Ese es el “precio” de la “paz” que predica el PNV. Ojalá que los socialistas vascos lo tengan muy presente en su Congreso.

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