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Alberto Míguez

Aznar, el malo; Piqué, el bueno

Los medios de comunicación marroquíes, salvo honrosas excepciones, bajo la férula y control del gobierno del Palacio (léase, el rey y sus cortesanos), acaban de sacarse del sombrero una nueva y divertida fabulación sobre el rumbo de las relaciones con España. Mientras, el embajador del reino alauita sigue sin regresar a Madrid y, de vez en cuando, se fustiga por orden superior al neocolonialismo español, responsable de todos los males desde la pertinaz sequía, al narcotráfico en el Rif y las tormentas de arena en Xakia Al Hamra, Sahara Occidental.

Y dado que la madre del cordero de la actual querella está precisamente en el Sahara Occidental y en el intento nada disimulado del Gobierno marroquí para que España rompa con su tradicional doctrina sobre la descolonización de lo que fue una “provincia” durante el tardofranquismo, no está de más evocar que recientemente el siempre amable y cortés Josep Piqué ha sugerido algunas cosas de doble o triple interpretación sobre este particular. Debería aclararlas, aunque eso es como pedirle peras al olmo.

Sostuvo Piqué recientemente que España no tiene inconveniente en “hablar sobre el Sahara con Marruecos”, aviso a navegantes que traducido al román paladino quiere decir que el Gobierno español podría cambiar de opinión y apoyar al llamado “Plan Baker”, que obvia el ejercicio del derecho de autodeterminación de los saharauis mediante un referéndum y convertiría a la excolonia en una singular autonomía durante cinco años para revertir después a la corona marroquí.

Francia y Estados Unidos, pero sobre todo Chirac (que no es Francia, sino ahora simplemente un candidato a la presidencia de su país), han apoyado este Plan que ni siquiera cuenta actualmente con el padrinazgo de su promotor, James Baker, quien hace semanas deslizó que tampoco estaría mal una participación del territorio entre Marruecos y el Frente Polisario.

Marruecos intenta torcerle el brazo al Gobierno español obligándole ahora a que “trague” el Plan Baker para, a cambio, re-expedir al embajador Baraka a Madrid. Las formas suaves y tal vez ladinas de Piqué parecen haber convencido a los marroquíes de que España se tragará este sapo haciendo mangas y capirotes de todas las resoluciones de Naciones Unidas sobre el contencioso así como su doctrina tradicional sobre la descolonización de un territorio cuya administración entregó a Marruecos y Mauritania en los detestables Acuerdos de Madrid (noviembre de 1975), uno de los episodios más siniestros de nuestra historia contemporánea.

Dado que, para el Gobierno marroquí, hablar del Sahara (es decir, imponer su punto de vista a España y a través de España, a la UE) constituye una condición previa para que el dichoso embajador Baraka regrese a su embajada, José María Aznar quiso aclarar días pasados la posición del Ejecutivo en una entrevista radiofónica echando mano de la lógica y reivindicando de la dignidad nacional.

Recordó Aznar que el embajador marroquí en Madrid había sido retirado por el Gobierno de Su Majestad Mohamed VI sin tomarse siquiera la molestia de explicar clara y públicamente las razones de esta retirada, algo que por cierto sigue sin hacer. Y dado que la iniciativa de retirar al representante plenipotenciario había salido del Gobierno marroquí, le tocaba ahora al mismo Gobierno re-enviarlo sin condiciones previas. Las cosas claras y el chocolate espeso.

Ahora, los medios de comunicación marroquíes interpretan la aparente contradicción entre lo que dice Piqué y lo que sostiene Aznar como la prueba de que uno –Piqué– desea arreglar el desaguisado del embajador y otro –Aznar– quiere perpetuar el desencuentro entre los dos países. De modo que Aznar sería el malo de la película y Piqué, el bueno.

El ridículo maniqueísmo marroquí debería, sin embargo, servir para que el Gobierno español coordinara previamente sus opiniones antes de expresarlas deslavazada y frívolamente. Aznar dirige la política exterior y Piqué debería ejecutarla. Pero convendría que ambos dijeran lo mismo sin hacerse los pillos, porque engañar a los marroquíes –la historia contemporánea lo demuestra– además de difícil es inútil.

La posición española sobre el Sahara es coherente y seria: no hay razón alguna para cambiarla a cambio del regreso de un embajador.

En España

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