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Si sobre la serie de sucesos –trágicos, un punto cómicos– de Venezuela se estableciera el interrogante de a quién benefician, la respuesta, a día de hoy, sería inequívoca: a Hugo Chávez. En técnica policial, cabría sospechar de que ha sido el guionista de los acontecimientos. En cualquier caso, el supuesto “golpe” está tan lleno de chapuzas –una chapuza en sí– que no se puede descartar nada. Por de pronto, la detención de Chávez no parece haber pasado de un retiro espiritual, con confesión al lado del mar con el primado de Venezuela. Y para ser un golpe militar no se ha visto un solo soldado o una unidad a su favor. La idea de un golpe cívico-militar no pasa, en cuanto a las imágenes, de bufonada, y más parece el intento de desactivar a la oposición convirtiendo en realidad el delirante discurso chavista.

En primer lugar, hay una manifestación pacífica, convocada para oponerse a la politización definitiva de la empresa pública de petróleo. De fondo, está el malestar por el autoritarismo de Chávez y por la política económica que está empobreciendo aún más al país. No es ajeno a ese malestar creciente lo de escarmentar en cabeza ajena con referencia a la clase media. Argentina es una referencia poco alentadora de suicidio colectivo.

Es decir, estamos ante el ejercicio del derecho de manifestación con una reivindicación bien concreta, en la que coinciden la patronal y la central sindical mayoritaria. Esa manifestación es disuelta violentamente por los matones de los “círculos boliviarianos” –la copia chavista de las turbas castristas– que descargan sus pistolas sobre las nucas de manifestantes desarmados, en niveles de masacre. La lógica inmediata es una exigencia de responsabilidades por claros homicidios con la detención de los asesinos.

La democracia venezolana es imperfecta. Chaves tiene indudablemente legitimidad de origen, pues ha sido refrendado electoralmente. Pero la democracia es más que un rito. Implica división de poderes, derechos personales defendidos por tribunales independientes, legitimidad de ejercicio. El chavismo ha difuminado las diferencias entre los tres poderes. La Asamblea Nacional es mera caja de resonancia del Ejecutivo y lo mismo el Supremo venezolano. Y el Ejecutivo es Chávez. Se han dictado decretos restringiendo el derecho de propiedad, se ha militarizado a la sociedad civil (el Ejército como tal asume las funciones de un Ministerio de Asuntos Sociales) y campan por sus respetos grupos de matones que están alentados por el poder político. La consecuencia: una sociedad dividida y enfrentada.

La corrupción rampante del régimen afecta de manera especial al poder militar. Es muy probable que todo haya sido improvisado. Pero, al menos, hay el guión de un culebrón, de esos en que en cada capítulo cambian los personajes para que, en el fondo, todo siga igual o peor. En donde, un día las feas pasan a ser las guapas.

La exigencia subyacente a la manifestación cívica (antes de que los militares dieran su golpe y su contragolpe) era la exigencia de elecciones. La oposición ha de organizarse en un gran partido político que rechace el mesianismo del caudillismo bananero y la tutela militar. El riesgo es que las nítidas vetas autoritarias del chavismo se desmanden por la vía de la purga. La consecuencia sería una nueva Cuba o una nueva Argentina. El efecto, entre otros, un éxodo de venezolanos.

Hay males en la sociedad venezolana que no son sólo políticos, también morales. Eso explica el crédito que se concede a la demagogia, el fuerte peso del mercantilismo y el resentimiento, y el hecho de que una mayoría de venezolanos votaran a su Tejero.

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