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Alberto Míguez

Un liberal sobre el terreno

El senador Jean-Pierre Raffarin, de 53 años, no viajará el miércoles a Barcelona para iniciar unas vacaciones dedicadas a Gaudí, como muchos de sus compatriotas. Hace unas horas el presidente de la República francesa, Jacques Chirac, lo convocó al palacio del Elíseo para ofrecerle dirigir el gobierno de transición o interino hasta que el 16 de junio se celebre la segunda vuelta de las elecciones legislativas.

El nombramiento no provocó sorpresas: desde hacía días su nombre sonaba insistentemente como figura moderada en el seno de la mayoría presidencial y hombre de terreno. Raffarin pertenece al partido Democracia Liberal que lidera Alain Madelin y preside la región de Poitou-Charantes donde es muy popular. En 1994 formó parte del gobierno del actual alcalde de Burdeos, Alain Juppé, como ministro de la Pequeña y Mediana Empresa.

Conoce bien, pues, ese tejido delicado y decisivo formado por los pequeños empresarios castigados por la disparatada ley de las 35 horas, un capricho de la “niña Delors” (Martine Aubry, hija de Jacques Delors, ex ministra de Trabajo) que el nuevo ejecutivo podría moderar antes de eliminarla. Ahí le siguen desde luego la derecha, el centro y hasta una parte de la izquierda.

Consciente de las cargas sociales que están acabando con estos pequeños y medianos empresarios y que promueven la “deslocalización” hacia países vecinos, Raffarin fue en el pasado también un partidario decidido de aligerarlas y reducir de paso el impuesto sobre la renta, al menos en un 5%, algo que logró “colar” en el programa del recién re-elegido Jacques Chirac.

Es probable que, además de los asuntos corrientes de gobierno el nuevo primer ministro cargue sobre sus hombros una misión nada fácil: la construcción de un partido o movimiento de la “mayoría presidencial” en la que además del RPR (el partido de Chirac) se integren la UDF de François Bayrou y Democracia Liberal, de su amigo y hasta ahora jefe, Alain Madelin. Pero ni Madelin ni Bayrou están dispuestos a ser devorados por Chirac como en el pasado. Quieren ir por el monte solos aunque deban renunciar al poder.

En menos de cuarenta días Raffarin debe poner en marcha una forma de gobernar que sea lo suficientemente atractiva para convencer a la derecha y al centro – tal vez incluso a ciertos sectores de la extrema derecha– de que una nueva forma de hacer política es posible y que Le Pen es apenas un incidente de recorrido aunque todo el mundo sabe en Francia que no es así y que hay lepenización para rato.

Difícil lo tiene el laborioso y encantador senador Raffarin, amigo de otras época, ay, lejanas, liberal y laborioso, un todo terreno de la política francesa.

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