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Alberto Míguez

Guinea, el Kuwait africano

Dentro de unas semanas, el dictador de Guinea Ecuatorial, el ex sargento (ahora mariscal) Teodoro Obiang Nguema, celebrará el 23 aniversario de su acceso al poder mediante un golpe de Estado contra su tío, el también dictador Francisco Macías Nguema, al que terminó fusilando contra las tapias del cementerio de Malabo, donde sus huesos reposan extramuros para que el espíritu de “Papá Nguema” no ronde por aquellas soledades.

Hace unos días, la llamada Cámara de Representantes del Pueblo guineano, altavoz del partido único, decidió por unanimidad rogarle al dictador que sea candidato –por supuesto, único– en las elecciones presidenciales que se celebrarán el año próximo. Previamente el consejo de ancianos del clan essangui de Mongomo, el verdadero poder en la sombra, había dado la autorización para que Obiang volviera a presentarse a tales elecciones con la seguridad de que será elegido con el 99,8% de los votos.

Obiang padece desde hace años un cáncer de próstata y hubiera deseado dejar todo atado y bien atado designando sucesor a su hijo preferido (tiene varios de sus cuatro esposas) y primogénito, Teodorín, un muchacho algo aficionado al consumo y tráfico de estupefacientes, actividad por la que fue detenido sin mayores consecuencias en los aeropuertos de París y Nueva York. Pero dada la oposición de algunos sectores de su clan, todos ellos en el gobierno o en los negocios, ha preferido olvidarse momentáneamente de la lógica sucesoria. Teodorín está ahora haciendo un curso militar acelerado en la República Popular China con el objeto nada oculto de salir general y acceder al mando supremo del Ejército.

Teodoro Obiang tiene otras preocupaciones más urgentes que establecer un monarquía africana según el modelo del difunto emperador Bokassa. En primer lugar, debe castigar con la severidad que se impone un supuesto y extraño complot para asesinarle recientemente descubierto y que condujo a la cárcel de Black Beach, una de las más sombrías de Africa, a buena parte de la oposición al régimen sin distinción de razas, ideologías y profesiones. Se dice que algunos de los detenidos murieron o desaparecieron en las ergástulas carcelarias de la Ciudad Prohibida de Malabo, donde se encuentra el Palacio Presidencial y los cuarteles de su guardia pretoriana.

Para castigar adecuadamente a los conspiradores se han formado unos tribunales especiales con magistrados sin formación jurídica alguna, casi todos ellos provenientes de los servicios secretos de la tiranía. Uno de los últimos detenidos fue Plácido Micó, uno de los opositores más conocidos, líder del grupo Convergencia para la Democracia Social que, tras ser acusado de promover el asesinato del jefe de Estado y hábilmente interrogado, fue “amnistiado” por Obiang antes, por supuesto, de ser juzgado.

Pero no todas han sido malas noticias en los últimos días para el ex sargento Teodoro. Además de que el petróleo sigue manando, incontenible, de los yacimientos próximos a la isla Bioko hasta el punto de que hoy Guinea Ecuatorial es el cuarto productor africano de crudo, un nuevo “Kuwait africano”, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU reunida en Ginebra –la misma que condenó a otro “líder máximo”, Fidel Castro– acaba de rehusar pronunciarse contra el régimen guineano porque según estas señoras y caballeros se han producido interesantes avances en el respeto a los derechos humanos en aquel régimen de “gangsters tropicales”, como lo calificó hace años un periodista norteamericano autor de un interesante libro sobre Obiang y su clan Mongomo.

Las denuncias reiteradas del Relator nombrado por la propia ONU hace dos años sobre las condiciones de detención de los presos de conciencia, la inexistencia de la más mínima libertad de prensa y expresión, las torturas y saqueos de la policía política, etc., no parecen haber conmovido ni a los países miembros de la Comisión ni al Gobierno español (que acaba de ceder su puesto en la Comisión a Estados Unidos en un gesto que se presta a muy diversas interpretaciones) para quienes Obiang es como “Tachito” Somoza de Nicaragua, calificado por Foster Dulles –director entonces de la CIA– como un hijo de perra, pero, al fin y al cabo... “nuestro hijo de perra”.

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