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EDITORIAL

Los que vienen de Belén

Tras el 11-S, parecía que el mundo occidental —y Europa en particular—, había aprendido la lección de que el terrorismo no admite distinciones, etiquetas o atenuantes. Sin embargo, el conflicto israelo-palestino muestra claramente que ni los dirigentes europeos ni la mayoría de los medios de comunicación han modificado un ápice su tradición condescendiente para con la “causa” palestina. Antes al contrario: parece que cuanto más se recrudecen las masacres que perpetran los suicidas palestinos contra los judíos, más comprensión hallan en Europa los asesinos y quienes les apoyan.

La presión de la opinión pública —y, sobre todo, de la opinión publicada europea— forzó el levantamiento del sitio que los israelíes mantenían sobre la Basílica de la Natividad, en Belén. Según Piqué, la solución dada por la UE para resolver el caso de los trece palestinos, es “una magnífica muestra de que la política exterior de la Unión funciona (...) Sin la participación de la Unión Europea, las tropas israelíes estarían todavía en Belén y seguirían cercando el cuartel general del presidente Yaser Arafat en Ramala”.

Dadas las circunstancias y habida cuenta de la trayectoria de Arafat en los últimos tiempos, así como de sus incendiarias declaraciones después de ser liberado, no es motivo de alegría precisamente que el rais goce de nuevo de libertad de movimientos. Y en cuanto a los sitiados de Belén, aunque Israel asegura tener pruebas de la implicación de estos trece en atentados, esto no ha sido obstáculo para que las autoridades europeas los acojan en calidad de desplazados o refugiados, con casi total libertad de movimientos. Y en el caso de los tres que a España le han cabido en suerte, a mesa y mantel de la Cruz Roja, que les proporcionará alojamiento, manutención, atención sanitaria, enseñanza del castellano y apoyo en la búsqueda de empleo y vivienda. A uno de estos tres, Ibrahim Musa Abayat, alias Abu Jalif, Israel le considera culpable de preparar y participar en los ataques terroristas perpetrados en el barrio de Gilo, en Jerusalén, así como también de estar involucrado en siete ataques terroristas de los cometidos desde septiembre de 2001. En fin, un pobre inocente que viene de Belén.

Si ya es bochornoso el indisimulado pro-arafatismo europeo —que más bien cabría calificar de antisemitismo subliminal—, la actitud del Gobierno español, al acoger casi de tapadillo a nuestra “cuota” de terroristas, resulta esperpéntica por incoherente. Precisamente en los días en que el Gobierno ha estado defendiendo el proyecto de ley que permitirá la ilegalización de Batasuna por apoyar al terrorismo etarra, se acoge con toda liberalidad a tres terroristas perseguidos por el gobierno de un país democrático. España (como han hecho otros países de la Unión) debería haberse abstenido de recibir a estos tres sujetos. Con mayor razón aún, puesto que todavía quedan muchos etarras por el mundo acogidos a la generosidad y comprensión de países que todavía les conceden el beneficio de la duda.

¿Qué fuerza moral tendremos para exigir después la extradición de “patriotas vascos” que “luchan” por la independencia de su “patria”? ¿No dijo Aznar que con el terrorismo no se podían hacer distinciones? ¿Es acaso el terrorismo palestino para nuestro Gobierno un problema “distinto” y “distante”? Parece que sí, a juzgar por cómo blasonaba Piqué de que Israel se ha comprometido a no pedir la extradición de los trece de Belén. Habrá que ver lo que dicen Aznar y Piqué cuando otros gobiernos apliquen a los etarras el mismo rasero que aplican ellos a los palestinos.

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