Y luego dicen que en Eurovisión no hay tongos. ¡Hay tongazos! Da igual lo que se mande, lo que se promocione y hasta lo que se sueñe, los votos de Estonia 2002 han vuelto a demostrar, una vez más, que los países aúpan a sus vecinos, a sus clientes y a sus turistas potenciales.
La Cinderella (Cenicienta) de España, como han denominado a Rosa en los últimos días los medios de comunicación de toda Europa, llegó y cautivó pero no la dejaron ganar. No es bueno hacerse tantas ilusiones como se habían hecho TVE, Gestmusic y los millones de españoles que hemos seguido estos meses la transformación profesional y personal de una mujer que nos ha enamorado. Ni siquiera la conexión con Granada en la cabecera del festival –algo inaudito en la historia de Eurovisión- nos regaló el éxito.
Pero éste, el soñado éxito, ya lo habíamos robado al ser el país más querido por las representaciones, los periodistas y el público de toda Europa. Felicidades a Rosa y compañía por hacer de un caduco evento un fenómeno de masas sin precedentes. Ella nos ha abierto el camino para seguir luchando, año a año, por rememorar un La, la, la que tan lejano se nos antoja.

El otro triunfo de Cinderella
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