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Alberto Míguez

¿Apaño o compromiso histórico?

Desde el 11 de septiembre la administración norteamericana forzó la máquina y desplegó todos sus resortes diplomáticos para alcanzar un acuerdo global con Rusia para trabajar juntos en la lucha contra el terrorismo y promover una ambiente de paz y estabilidad en el mundo mediante acuerdos sobre armas de destrucción masiva, atómicas, químicas y biológicas.

Teóricamente fruto de este acuerdo global sería el “Consejo de coordinación militar y defensa” que se firmó en Roma en las últimas horas entre la Alianza Atlántica y Rusia bajo la mirada atenta y satisfecha del presidente Bush.

Las frases hechas del caso (acto histórico, final de la guerra fría, acuerdo para el siglo XXI, etc) sólo pueden compararse con las pronunciadas días pasados tras el acuerdo Putin-Bush sobre control de armamentos, prolegómeno de la Declaración de Roma.

Dados lo antecedentes, el escepticismo es de rigor. Ese Consejo de coordinación entre la OTAN y Rusia ya existía o al menos una estructura que se le parecía muchísimo. También había un Consejo OTAN-Ukrania. Ninguno de los dos funcionó a la hora de la verdad. Y eso fue especialmente cierto en el caso de Rusia, con Yeltsin o Putin. Las profundas diferencias políticas entre los países occidentales y Rusia se reflejaron en todos los escenarios internacionales desde Oriente Medio a los Balcanes pasando por Asia, África e incluso América Latina. Nada más lógico: Rusia es un país en receso y decadencia que lucha por encontrar un sitio y, sobre todo, recuperar una moral de gran potencia, ahora a la deriva.

Estados Unidos, en cambio, es ahora la potencia única e inesquivable. El diálogo entre ambas naciones es difícil y ningún acuerdo, por muy rimbombante que sea, podrá resolver las enormes diferencias, las desconfianzas históricas y los intereses que les separan.

Todo ello es extensible a la OTAN que ni es un bloque ni parece que en el futuro vaya a serlo. Se ha convertido apenas en un servicial auxiliar de Estados Unidos para labores ancilares pese a toda la retórica espesa con que se adorna esta sumisión consentida. La ampliación de la Alianza, prevista para la próxima cumbre de Praga, probablemente no choque con la oposición rusa pero eso no quiere decir que Putin y sus amigos vean a la organización como un factor de paz y estabilidad. Han de pasar años antes de que los malentendidos de la guerra fría y las respectivas culturas políticas, diplomáticas y militares de los aliados occidentales y Rusia, converjan.

Mientras tanto las Declaraciones históricas, los Consejos, Comités y cumbres solemnes constituirán un apaño coyuntural. Lo demás es retórica. Al tiempo.

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