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La ley del péndulo

Las elecciones, en Francia, se parecen a un péndulo, que ¡zas! da un golpe a la derecha, ¡zás!, un golpe a la izquierda, y eso desde 1981, para no remontarnos más lejos. 1981, victoria de Mitterand y de la izquierda unida: 4 ministros comunistas, y varios trotsquistas disfrazados en el gobierno. 1986, victoria de la derecha, primera cohabitación, Chirac primer ministro, Mitterrand, presidente. 1988, nueva victoria de Mitterand, Michel Rocard, primer ministro. 1993, nueva victoria de la derecha, nueva cohabitación, E. Balladur, primer ministro; Mitterand, siempre Presidente. 1995, Chirac gana las presidenciales y tiene mayoría en el Parlamento; primer ministro Alain Juppé, pero lo hacen tan mal que cuando, distraída y soberbiamente, Chirac disuelve la Asamblea y convoca elecciones anticipadas, la izquierda arrasa, la izquierda-unida-jamás-vencida: socialistas, comunistas, verdes, radicales de izquierda. “Así que pasen cinco años”, escribía Lorca, pues han pasado, y la izquierda ha perdido rotundamente, este domingo 9.

Bueno, queda la segunda vuelta y la abstención fue muy elevada para Francia, un 36 %, pero, salvo catástrofes o milagros, según como se mire, el presidente Chirac tiene ya asegurada una mayoría parlamentaria confortable. Pero, lo harán tan mal –¿por qué van a cambiar?– que, dentro de cinco años, la izquierda arrasará de nuevo. No es un deseo, es una posibilidad bastante fundada. Este movimiento de péndulo podría aparecer como un buen equilibrio, izquierda y derecha, repartiéndose las tareas gubernamentales, y compitiendo para hacerlo lo mejor posible, pero no es así. Lo que por ahora predomina es el inmovilismo.

Claro, cada elección conlleva datos sociopolíticos de cierto interés. Precisaré que la ley electoral mayoritaria a dos vueltas, permite efectivamente establecer mayorías, sin que las diferencias de votos sean enormes, entre derecha e izquierda. ¿Cuáles son, por ahora, las enseñanzas de esta primera vuelta de las legislativas? El PCF pese a las potentes inyecciones de morfina del PS, sigue en coma profundo; los Verdes, los trotsquistas, la extrema izquierda, vaya, está de capa caída, ha desaparecido casi por completo. Pero lo que más me divierte es ver cómo el gaucho sideral, el soberanista de copete, el que se proclama heredero de Napoleón y de Gaulle, por encima de la derecha y de la izquierda, Jean-Pierre Chevenement, desaparece como si sólo hubiera sido un error de internet.

El voto a Le pen, que se infló con las presidenciales, ha vuelto a su cauce: un 11 %. Mucho, desde luego, demasiado, sin duda, pero no lo suficiente para poner en peligro la República, como todos los medios de izquierda proclamaban, y no se sabe muy bien si el objetivo de esa exagerada propaganda, era que no se votara al FN, o al revés, que se le votara. Lo que está claro es que los electores no han querido una nueva cohabitación, y lo más divertido, para mí, es ver la jeta de los ministros y líderes de izquierda, al mirarse en las cámaras de televisión, como en un espejo, murmurando atónitos: “Pero, no es posible, si lo hemos hecho mejor que nadie, si fuimos el mejor gobierno desde hace siglos, si no es posible...” Pues lo ha sido.

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