Los dos grandes bancos españoles, SCH y BBVA, se han lanzado a la reforma de sus consejos de administración, en los que darán más peso a los consejeros independientes, con el fin de aplicar las normas de buen gobierno corporativo que deben aumentar la transparencia en la gestión de ambas entidades y defender los intereses de los accionistas minoritarios.
Sobre el papel, todo esto está muy bien, pero luego viene la práctica donde las cosas no siempre son como parecen. Un consejero independiente difícilmente tendrá este carácter si su nombramiento no parte directamente de la junta de accionistas, a propuesta de los mismos y sin intervención de los miembros del consejo de administración porque deberá su cargo y la retribución aneja al mismo a la persona o personas que lo designen o que propongan su nombramiento. Es difícil pensar que un consejero nombrado por el presidente de una entidad, por su consejo de administración, o propuesto por cualquiera de ambos vaya a actuar contra quien le nombró porque tendría mucho que perder y poco que ganar. En cambio, si el nombramiento se produce a propuesta de la junta de accionistas y por la misma, sin intervención del consejo, las cosas son distintas porque el consejero, entonces, tendría que dar cuenta de sus actuaciones ante los accionistas que lo hubiesen nombrado, no ante nadie del equipo gestor, con lo que los incentivos para actuar como independiente serían muchos. Y los accionistas de las sociedades que cotizan en Bolsa reclaman cada vez más protagonismo en las decisiones y en el control de los ejecutivos de las empresas, después de las experiencias de los dos o tres últimos años, cuando los gestores prometían paraísos y lo que han dejado muchos de ellos tras de sí son infiernos.
El SCH y el BBVA han empezado a caminar, teóricamente, por la senda adecuada y aumentarán la presencia de ‘independientes’ en sus órganos de decisión. La cuestión es si se puede considerar como tal a los dos consejeros que busca el BBVA y a los tres que acaba de nombrar el SCH porque sus nombres no han salido ni saldrán de la junta de accionista sino que son, o serán, propuestas del consejo de administración. En el caso de la entidad cántabra, además, es difícil considerar que Juan Abelló es un consejero independiente cuando el banco de los Botín le colocó en el pasado al frente de Airtel, o cuando se recuerda que, hace pocas semanas, el SCH vendió su participación en la inmobiliaria Vallehermoso a Sacyr, en la que Abelló participa a través de una sociedad de capital-riesgo. Técnicamente, por tanto, hay que hablar de otra cosa, no de consejeros independientes.

Independencia de papel

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