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EDITORIAL

El tinglado nacionalista se tambalea

La nueva Ley de Partidos y el auto de Garzón contra Batasuna, además de aportar los medios necesarios para la neutralización de los proetarras, han tenido la excelente virtud de obligar al PNV y a EA a poner de manifiesto sin ambages la repugnante simbiosis que han venido practicando con Eta y su entorno desde la Transición, y que tan cuidadosamente han intentado camuflar con la inestimable ayuda de Prisa y su entorno político.

Aunque el pacto de Lizarra fue el cruce del Rubicón para los nacionalistas que, a partir de entonces, comenzaron a hablar abiertamente de “superación” del Estatuto y de la Constitución –compartiendo el discurso de los proetarras–, hasta ahora habían mantenido esa hipócrita ambigüedad que les hacía aparecer ante la opinión pública como “moderados”. Muchos de los votos que la coalición PNV-EA cosechó a última hora –tanto de la izquierda batasuna más crítica con Eta, como de la derecha nacionalista menos totalitaria– en las últimas elecciones vascas procedían de la promesa de Ibarretxe de liderar la lucha “democrática” contra el terrorismo... sin renunciar al “ámbito de decisión vasco”. Pero una vez asegurada la permanencia en Vitoria –por escaso margen y gracias a los votos prestados de Batasuna–, los nacionalistas retomaron su usufructo del terror con renovados bríos y sin complejos, exhibiendo la más feroz indiferencia para con sus adversarios constitucionalistas, víctimas de la coacción batasuna y del terror etarra, con el objeto de anularlos políticamente y avanzar hacia la independencia “en dos o tres legislaturas”, como Arzalluz anunció no hace mucho.

Pero, a partir de ahora, es muy posible que los nacionalistas “moderados” se vean obligados a “sacudir el árbol” ellos mismos si quieren recoger su codiciada cosecha de nueces. Ya no podrán encargar tan fácilmente el trabajo sucio –“necesario” para lograr la anhelada independencia, como ha reconocido en más de una ocasión Arzalluz– a las SS etarras y a las SA batasunas, para poder seguir disfrutando de los réditos de la sangre y el terror.

Las palabras de Joseba Azkarraga, el consejero de Justicia vasco, son una clara muestra del nerviosismo de los nacionalistas ante la perspectiva de perder su alter ego batasuno en el camino hacia el horizonte totalitario de la independencia. La absurda reacción visceral de Azkarraga al comparar a Garzón con Hitler o al acusar a Aznar de querer implantar un nuevo totalitarismo, además de revelar el terror que los nacionalistas tienen a perder el control del statu quo, contrasta agudamente con sus frías y retóricas condenas de los crímenes de Eta, así como también con su benévola tolerancia para con las coacciones, las intimidaciones y los insultos que tienen que sufrir quienes defienden la libertad y el pluralismo en el País Vasco a manos de los batasunos.

Veinticinco intentando que los nacionalistas “se sientan cómodos en España” a base de concesiones constantes a su victimismo y a sus falsificaciones de la Historia han dado como resultado que casi nadie se sienta cómodo en España –“este país”–y que en el País Vasco –también en Cataluña– sólo se sientan cómodos los nacionalistas. Por ello, cuando Azkarraga, Arzalluz, Ibarretxe, Atutxa y Otegi insultan y se quejan, es señal de que los no nacionalistas podrán sentirse un poco más cómodos en el futuro.

En España

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