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El falso imperativo del diálogo

Lejos de ser imperativos éticos o dogmas incuestionables, el diálogo y la negociación no son más que herramientas para resolver conflictos y disputas de la forma menos costosa posible para dos partes que, en un plano de igualdad, racionalidad y mutuo respeto, defienden sus legítimos intereses. No hay señalar que, para que exista diálogo, aparte de la voluntad de ambas partes para establecerlo, es preciso que las posiciones que se enfrentan tengan visos de legitimidad y verosimilitud. Tampoco es necesario recalcar que, para que exista negociación, se debe ofrecer a la otra parte algo que no posea y que para ella tenga valor.

Cuando no se dan estas condiciones, no cabe hablar de diálogo ni de negociación, sino de chantaje, de imposición o de claudicación. Es el caso de los sindicatos y de los nacionalistas vascos y catalanes; quienes, a cambio de no emplear la coacción –eufemísticamente, de garantizar la “paz social”– o de no fomentar el separatismo, han ido arrancando a los sucesivos gobiernos de la democracia concesión tras concesión sin que se calmara su apetito de poder, habida cuenta de la aparente debilidad del adversario.

Algo muy similar ha venido ocurriendo con Marruecos en los últimos 25 años. Con tal de no enfrentarse a las bravatas del vecino del sur –protegido hasta ahora por EEUU y Francia– y de que éste no cuestionara la soberanía española sobre Ceuta, Melilla, las islas del Estrecho y Canarias, España ha consentido al régimen marroquí toda clase de desplantes y agravios, desde la “marcha verde” y el ametrallamiento de nuestros pesqueros hasta la inmigración ilegal y el tráfico de hachís –actividades estas últimas que gozan, como mínimo, de la tolerancia de la familia real marroquí–, al tiempo que se favorecía al país vecino con ventajosos tratados comerciales, inversiones privadas y generosas ayudas al desarrollo.

No parece que todo ello le haya servido a España para asegurarse la tranquilidad en sus fronteras, sino todo lo contrario. Después de que Marruecos ocupara el islote de Perejil, que hubo de ser recuperado por la fuerza, la autocracia norteafricana, en lugar de enmendar su error y aceptar la generosa oferta de diálogo del gobierno español, ha emprendido una campaña de desinformación e intoxicación en Europa –acusándonos, de paso, de practicar la “esclavitud” y la xenofobia– con el objeto de ganar en los despachos lo que no pudo arrebatarnos por la fuerza.

No es casualidad que 3l de julio expire el mandato de Naciones Unidas (MINURSO) en la ex colonia española para organizar y supervisar el referéndum. Marruecos ha puesto todas las dificultades posibles para que no se celebre la consulta, y es sabido que la ONU busca liquidar definitivamente este asunto, con o sin referéndum. EEUU, Francia y el Reino Unido apoyan un plan basado en la integración de el Sahara en Marruecos, en el seno de una amplia autonomía. Y España es el único país occidental que sigue apoyando el referéndum e impidiendo que la ex colonia –rica en recursos naturales– pase a ser propiedad del imperialismo Marroquí por la vía de los "hechos consumados".

Es probable que Marruecos pretendiera, desde una posición de fuerza, “negociar” la aprobación de España a la integración de su ex colonia en Marruecos. Pero Mohamed VI y Benaisa han cometido un tremendo error de cálculo, creyendo que España no defendería su soberanía sobre el islote. Y ahora se enfrentan a la incómoda disyuntiva de rectificar y aceptar la oferta de diálogo de España o intentar huir hacia delante internacionalizando el conflicto de la mano de su “madre patria”, Francia. Han optado por lo segundo, y no parece que estén dispuestos a volverse atrás... si España no aplica otra vuelta de tuerca a su maleducado vecino del sur.

Seguir ofreciendo diálogo y negociación a quien no cesa de provocar y manifestarse con gestos hostiles puede ser, ciertamente, materia de virtud heroica. Sin embargo, en la vida práctica, y cuando el interlocutor sólo entiende el lenguaje de la fuerza, es una actitud contraproducente. Responder con ofrecimientos de diálogo y negociación cada vez que Marruecos pone en cuestión la soberanía española de Ceuta, Melilla y Canarias es invitar, en cierto modo, a Mohamed VI a que siga perdiéndonos el respeto.

Del mismo modo que, para la recuperación del islote del Perejil, había una fecha límite –la entrada de civiles (periodistas) en la isla hubiera hecho imposible reconquistarla por la fuerza–, también existe una fecha límite para los ofrecimientos de diálogo, que llega precisamente cuando Marruecos insiste en calumniarnos, en internacionalizar el conflicto y en allegar "mediadores" tan imparciales como Francia o EEUU, sus protectores de siempre.

Qué duda cabe de que a España le interesa mantener buenas relaciones con Marruecos, pero no hay que olvidar que a Marruecos le interesa mucho más que a España. Deberíamos empezar a hacer sentir al vecino del sur el precio de sus errores en forma de sanciones comerciales y de suspensión de las ayudas al desarrollo. Tampoco estaría de más algún gesto público de apoyo a los saharauis que hiciera meditar al autócrata marroquí sobre su aislamiento en el Magreb, rodeado de enemigos por todas partes.

Las primeras condiciones de una negociación son el respeto mutuo y la voluntad de resolver pacíficamente las diferencias. Mohamed VI y Benaisa no las cumplen ni desean, por el momento, cumplirlas. Por tanto, el primer paso diplomático que debería dar España es recuperar el respeto de Marruecos (si es necesario, por la vía de la presión económica), y el segundo –muy importante– contrarrestar la campaña de desinformación marroquí que presenta a Ceuta y Melilla como "territorios ocupados militarmente", una intoxicación que, fuera del mundo mediterráneo, puede calar hondo en ciertas mentalidades "progresistas" que pululan por las cancillerías europeas y los pasillos de la ONU. No podemos permitirnos que la comunidad internacional empiece a cuestionarse la soberanía española sobre Ceuta, Melilla y Canarias, porque en el momento que lo haga, podemos darlas por perdidas más tarde o más temprano.

En España

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