A mí me parece perfectamente simbólico de nuestras sociedades –tan virtuales, se diría ahora, que dan gato por liebre, se decía antaño–, la instalación por el alcalde sociata de París, de una playa artificial a orillas del Sena. Todo es falso, grotesco, repugnante, ridículo, y funciona. Ya saben ustedes de qué se trata; desde ayer domingo hasta el 18 de agosto, tres kilómetros de la autovía a orillas del Sena, en pleno centro de París, en uno de los paisajes urbanísticos más bellos del mundo, cargado de siglos de historia, se ha convertido en “playa”, o mejor dicho en vertedero. Se ha interrumpido el tráfico, se han traído, con camiones, toneladas de arena, se han instalado tres palmeras sintéticas y algún toldo, y así se ha realizado una operación publicitaria exitosa, porque cuando la imbecilidad “pasa por la tele” tiene infinitamente más éxito que Apollinaire, poeta que fue de ese mismo río.
Han construido artificialmente una playa en la que está prohibido bañarse, el Sena es una cloaca, y todos tan contentos. La ideología que sustenta este simbólico concepto, diría Foucault, es un París sin coches, proyecto ecologista del alcalde Delanoe, y de sus tenientes Verdes –de bilis. Pero el tráfico sigue siendo demencial.
Más grave me resulta la actitud del Gobierno francés en relación con la “crisis de Perejil”. Demostrando una vez más su “solidaridad europea”, han apoyado a Marruecos. La prensa gala lo presenta como una falta de unidad, e incluso de caos, en la UE. Pues ¡viva el caos! Ya que ello significa que no todos los países de la UE han apoyado a Francia, contra España, en este asunto. Todo el mundo sabe que no se trataba de la propiedad de unas rocas solitarias, sino de una provocación deliberada de Marruecos, y como las cosas han vuelto al statu quo ante, esto significa que todos los problemas siguen pendientes. Tenemos Marruecos para rato.
Este mismo domingo en el que se inauguraba el vertedero a orillas del Sena, el primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, presidía la ceremonia conmemorando la tristemente famosa redada del “Vel d’Hiv”, en Julio en 1942. Reconoció, como ya lo había hecho el presidente Chirac, la responsabilidad del estado francés en todas las medidas de represión antisemita, y concretamente en esta redada de judíos: trece mil niños, mujeres y hombres, fueron detenidos, en pocas horas, por la policía francesa, hacinados en condiciones infrahumanas en el hoy desaparecido, Velódromo de Invierno, y enviados luego a los campos de exterminio nazis. No fue la única redada contra los judíos organizada por las autoridades francesas y los nazis, pero es la más simbólica de todas.
El general De Gaulle impuso el dogma de que el Estado francés del mariscal Petain no era Francia, y por lo tanto su país no podía ser culpable de ninguna de las barbaridades que había cometido el régimen de Vichy. Miterrand le siguió en esto los pasos, pero la nueva actitud oficial francesa restablece la realidad de los hechos, porque Francia fue “petainista”, y Petain colaboró con los nazis. También se refirió Raffarin, para condenarlo, el actual antisemitismo en Francia. Afirmó que atacar a la comunidad judía era atacar a Francia y a sus valores republicanos. Muy bien, pero ¿cómo se compaginan estas generosas palabras, con las subvenciones de Francia a través de la UE al terrorismo palestino? Porque una cosa es manifestar su desacuerdo con la política de este o aquel gobierno de Israel y otra, algo diferente, subvencionar al terrorismo palestino.

Simbólicos vertederos
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