Salvo honrosas excepciones, los corresponsales de la prensa española en París se limitan a leer la prensa gala, resumir lo que más les gusta y enviarlo por e-mail. Viven en un circuito cerrado. En estas condiciones, no es de extrañar que cuando sale un bulo en la prensa francesa, éste tenga amplia repercusión en su homóloga española. Por ejemplo, cuando Bertrand Delanoecfue elegido Alcalde de París la prensa de izquierdas francesa exultó, declarando que era la primera vez desde hacía un siglo que un alcalde de izquierdas había sido elegido para la capital, y los medios españoles lo repitieron por doquier, como loros, sin precisar un detalle que tiene cierta importancia: el cargo de Alcalde de París no era electo porque no existía. Había un Prefecto de policía y un Prefecto civil, ambos nombrados por el Gobierno. Fue el presidente Giscard quien cambió las cosas a mediados de los años 70, organizando por primera vez unas verdaderas elecciones democráticas, que ganó Jacques Chirac contra el candidato giscardiano Michel d’Ornano y los candidatos de izquierda. Después fue alcalde el muy discutido Jean Tiberi y ahora Bertrand Delanoe... y sanseacabó.
Lo mismo ocurre con el falso “escándalo” del aumento en un 70% del sueldo de los ministros, porque, como ya precisé en la carta anterior, ese 70% ya lo cobraban hasta hace poco de los fondos reservados de Matignon, en efectivo y sin pagar impuestos. Aumentarles el 70% es, sencillamente, volver al statu quo ante –expresión latina cargada de peligrosidad para nosotros). Podría multiplicar los ejemplos.
Para ser un buen corresponsal, a mi entender, no sólo hace falta tener pluma y talento (se les supone, como en la mili), sino conocer el país –no sólo su prensa–, hacer algo más que una entrevista de vez en cuando a un político o a una reina del porno (esto último queda reservado al periodismo de vacaciones, esa inmundicia) y conocer la historia, la política, las artes, la literatura, visitar exposiciones, ir al café de la esquina, a restaurantes universitarios, tener el máximo posible de amigos indígenas y, en definitiva, moverse en el país como pez en el agua. Parece que estoy pidiendo peras al olmo, pero yo conozco corresponsales –bien es verdad que muy pocos– que se ciñen a estos criterios. Un buen corresponsal también ha de ser escritor, investigador, espía, sociólogo, historiador y borracho empedernido. Ahora, casi todos son funcionarios.
Tomemos el doble ejemplo de El País y Le Monde. Sus acuerdos y relaciones son oficiales, pero lo que ocurre entre bambalinas apesta. Los corresponsales de El País en París trabajan en las oficinas de Le Monde y escriben sobre política francesa lo que les dictan. La corresponsal de Le Monde en Madrid trabaja en las oficinas de El País y escribe lo que le dicta Cebrián o alguno de sus mayordomos ¿Cómo escribir algo personal con esa doble censura? Lees un artículo de la corresponsal de Le Monde y estás leyendo los editoriales de El País, apenas adaptados a un “público francés”, y en los que resulta que todo, absolutamente todo, ya se trate de ETA, de Marruecos, de la “huelga”... cualquier cosa anti Aznar se ve exaltada. Me dicen que Le Monde va a tener, en breve, una nueva corresponsal en Madrid y me dicen que será mucho mejor, más objetiva. No me lo creo, porque Martine Silber –ya que de ella se trata–, si no le conviene a Cebrián, Le Monde la echa. Pero, como es funcionaria, no iría al paro. Probablemente la trasladarían a la sección de cantatrices calvas.

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