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EDITORIAL

Un “acto oficial”

Es indiscutible que unos contrayentes cualesquiera y sus padres tienen derecho a programar la ceremonia y los actos sociales relacionados con el enlace de la forma que crean más oportuna, de invitar a esos actos a quienes crean conveniente y de gastar en ello el dinero que crean necesario. Sin embargo, es inevitable que la boda de la hija de un Presidente del Gobierno atraiga la curiosidad de los ciudadanos y los medios de comunicación, y precisamente por este motivo, no es conveniente para él que sus allegados prodiguen gestos o detalles que pudieran dar a entender que él y su familia forman parte de una casta especial. Menos aún en el caso de Partido Popular, al que tanto trabajo le ha costado lavar su imagen de formación política clasista y elitista.

Sin embargo, las “nuevas generaciones” pijas del PP, al parecer no han podido resistir la tentación de exhibir el glamour del boato y la influencia que otorga la cercanía a quienes ejercen el poder, como quedó de manifiesto durante la despedida de solteros conjunta de Ana Aznar y Alejandro Agag. Muy próxima a la discoteca madrileña donde se celebró el evento, unas obras municipales que llevaban muchísimos meses entorpeciendo el tránsito, fueron despejadas por el Ayuntamiento de Madrid con pasmosa celeridad, sin duda para que no afearan la brillantez del acontecimiento, al que asistieron más de 500 invitados. Asimismo, el tramo de acera en los aledaños a la entrada a la discoteca, fue primorosamente limpiado, fregado e incluso pulimentado por toda una brigada de barrenderos municipales, algunos de los cuales tuvieron incluso que hincarse de rodillas para extraer más eficazmente la roña que todos los días pisa sin inmutarse el vulgar contribuyente de a pie.

Seis coches de policía con numerosos efectivos se encargaron de velar por la seguridad de los asistentes, quienes tuvieron a su disposición todo un carril de la calle de Velázquez –donde se encuentra ubicada la discoteca– para que no sufrieran los problemas de tráfico comunes al resto de los mortales; y las grúas municipales se encargaron al día siguiente de despejar de vehículos aparcados los aledaños del portal donde se encuentra la futura vivienda de la pareja, un par de manzanas más abajo de la discoteca. El motivo, un “acto oficial”; según podía leerse en las pegatinas adheridas a las señales de prohibición que previamente había colocado la Policía Municipal madrileña.

A todo esto, se añade la magnificencia en la cantidad –alrededor de mil– y la calidad de los invitados, entre quienes se encuentran jefes de gobierno (como Blair y Berlusconi) y los representantes de la mayoría de las instituciones del Estado. Como si de una boda de la Familia Real se tratase, la cual, por cierto, también estará presente.

Es difícil saber si esta exhibición de boato y glamour –que podría haberse evitado perfectamente, sobre todo por motivos de seguridad, con una ceremonia íntima para los familiares y los más allegados a las respectivas familias– tendrá consecuencias en futuras convocatorias electorales. Pero lo que sí es seguro es que todo este aparato “oficial” casa mal con la imagen de sobriedad, llaneza y sencillez que Aznar impuso, con muy buen criterio, en la formación heredera de lo que la izquierda llamaba “la derechona” o el “partido de los ricos”. La imagen que el ejemplo de Aznar supo transmitir de sí y de su partido como una organización de clases medias –sin cuyos votos es imposible formar un Gobierno– puede haber quedado dañada por esta innecesaria exhibición de pompa, circunstancia y “gente guapa”, impropia de alguien que, se supone, representa sociológicamente la clase media... e impropia también de la personalidad y la trayectoria de Aznar.

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