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Alberto Míguez

Yusufi abandona

No fue por casualidad que el primer ministro marroquí haya anunciado su retirada de la política activa tras cuatro años de controvertida gestión. Yusufi era un anciano rodeado de jóvenes “turcos” (algunos no ya tan jóvenes) que esperaban su momento convencidos de que el “rey de los pobres”, Mohamed VI, facilitaría el acceso al gobierno de la gente de su generación. No fue así, pero de ilusión –y de ambición– también se vive. Marruecos es un país donde históricamente el relevo político se hace con dificultades y no siempre pacíficamente.

Yusufi sirvió con sumisión y disciplina al rey Hassan II que lo había condenado a muerte cuando se hallaba en el exilio. Hassan quería completar su obra practicando la “alternancia” en el gobierno y creía que la fórmula para darle credibilidad a la “democracia hassaniana” (una fórmula lanzada por sus cortesanos y hasta ahora inexplicada) era el tránsito desde un primer ministro independiente o centrista a otro socialista o socialdemócrata. Yusufi aceptó jugar el juego, aun a costa de participar en unas elecciones de antemano amañadas y de obedecer ciegamente a su mentor y antaño enemigo. Algunos lo calificaron de oportunista y traidor, otros alabaron su sentido común, patriotismo y pragmatismo. En su partido la USFP (Unión Socialista de Fuerza Populares) hubo voces muy críticas que pronto callaron porque el nuevo jefe de gobierno repartió prebendas y buenas palabras en el mejor estilo del “majzén” (establemiento) marroquí.

El todavía primer ministro debería haber culminado la transición entre un régimen teocrático-feudal y una democracia de tipo occidental. En varias ocasiones evocó el ejemplo de España (ahora esta referencia es “tabú”) y del rey Juan Carlos. Creía un tanto ingenuamente que la transición era la varita mágica para que el país prosperase y creciera. Ni que decir tiene que esa transición tantas veces evocada por el primer ministro y sus colaboradores fue pura filfa y las costumbres y malos usos de la monarquía alauita se mantuvieron: favoritismo, inseguridad jurídica, corrupción, represión contra los disidentes,etc siguieron en el orden del día.

Las ténues esperanzas levantadas tras la llegada al trono de Mohamed VI muy pronto se esfumaron. “No puedo, no me dejan” dicen que decía Yusufi en los últimos meses a sus excompañeros de lucha y exilio. Pero nunca tuvo el valor cívico ni la integridad moral de denunciar a quienes le impedían cumplir con un programa tan ambicioso como inédito.

La herencia que deja Yusufi no es precisamente brillante. La crisis económica y, sobre todo, social que el país atraviesa por múltiples y diversas causas, es aterradora. El desempleo roza el 40% de la población en algunas zonas y afecta sobre todo a los jóvenes menores de 25 años, muchos de ellos graduados en las Universidades.

La desesperación de quienes intentan alcanzar las costas españolas en “pateras” sólo puede explicarse por la falta de perspectivas y esperanzas de muchos marroquíes para quienes la clase política que Yusufi representa es un pudridero y el trasunto del patio de Monipodio.

Marruecos es un país aislado regionalmente –sus fronteras con Argelia están cerradas, con Mauritania no hay apenas relaciones y con... España las cosas van de mal en peor. El joven rey Mohamed VI creyó que el padrinazgo del “amigo americano” a cambio de convertirse en el mayordormo del imperio en la región le resolvería todos los problemas pendientes y especialmente el del Sahara Occidental. No ha sido así y dificilmente el sucesor de Yusufi al frente del gobierno podrá rectificar la situación. O, al menos, necesitará bastante tiempo para hacerlo.

Yusufi, fino estratega y viejo zorro de la política sabe de sobra que a veces una retirada a tiempo es un triunfo. Su provecta edad le ayuda a disimular su fracaso.

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