Diez años después de la creación de la Comisión Antiviolencia (6-10-1992), podemos concluir que está afectada por una carencia total de pulso político -la única vitamina B en estos casos- y una lentitud rayana en la provocación por parte de la justicia deportiva. No hay más que seguir detenidamente su trayectoria, desde su fundación, acelerada a golpe de tambor tras la muerte de un chaval en el viejo estadio de Sarriá, y ahora definitivamente estancada. Sirva sólo un dato: siete meses después del Betis-Sevilla, conocido como el "partido de las bengalas", siguen sin sancionarse por vía gubernativa los lamentables hechos que se produjeron en el estadio Manuel Ruiz de Lopera. La Comisión Antiviolencia solicitó el cierre del estadio y una multa de 90.500 euros, y ahora la delegación del Gobierno en Andalucía propone rebajarla a 60.000. ¡Como no hubo muertos!...
El de la violencia en el fútbol será un asunto que, tarde o temprano, deberán afrontar nuestros políticos. Por eso me hacen mucha gracia las declaraciones de Juan Antonio Gómez Angulo, secretario de Estado para el Deporte, cuando, a los dos días del palizón que recibió un guardia de seguridad (Antonio Orrego Montes se llama) en el estadio Sánchez Pizjuán, su análisis se redujo a la pasividad del resto de espectadores... ¿Qué tendrían que haber hecho? ¿Saltar también al terreno de juego? ¿Organizar quizás partidas de civiles contra el "loco de la muleta"? De Gómez Angulo no me interesa su análisis de la sociedad que nos rodea, sino la iniciativa política (poca) que posea, dirigida a solucionar un problema existente en los campos de fútbol españoles.
No sé si en el Consejo Superior de Deportes tienen también la sensación de que ya vienen los socialistas, pero entre tanto se confirma esa impresión sería muy bueno que pusieran al día la Ley del Deporte, agilizando las sanciones en la jurisdicción deportiva, y ejecutando inmediatamente, si ello fuera necesario, los cierres de los estadios, sin necesidad de llegar a las suspensiones cautelares. Y, desde luego, incrementando las multas económicas.
En los prolegómenos de un Español-Cádiz, una bengala de las que se utilizan para pedir socorro en el mar, provista de una carcasa de protección, cruzó el campo a lo ancho y se incrustó en el pecho de Guillermo Alfonso Lázaro, que murió desangrado. Tenía 13 años e iba acompañado por sus padres. El chalado que tuvo la ocurrencia de disparar ese "obús" probablemente necesite la ayuda psicológica a la que, indirectamente, aludía Gómez Angulo. Mientras tanto, los políticos deben dar una respuesta, y tiene que ser ya.

Una Comisión maniatada
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