Menú
EDITORIAL

Turquía: Giscard tiene razón

Suele decirse que la sinceridad es patrimonio de niños y ancianos. De los primeros, porque su inocencia les impide atesorar malicia alguna; y de los segundos, porque, en la recta final de su vida, poco tienen ya que ganar con la hipocresía y la vanidad del mundo.

Valery Giscard d’Estaing, ex presidente de Francia y viejo zorro de la política francesa y europea (lleva más de cuarenta años desempeñando cargos públicos) no se ha distinguido precisamente por basar sus actuaciones políticas en el terreno de los principios. Su relación con Bokassa, el dictador caníbal centroafricano cuya tiranía sostuvo en “interés de Francia” –había uranio en el país, aunque muchos dicen que los diamantes que supuestamente le regaló Bokassa tenían también algo que ver con que la patria de los derechos humanos respaldara a un asesino antropófago–, es una buena muestra de ello. Asimismo, después de ser uno de los escasos jefes de Estado que asistió a la coronación del rey Don Juan Carlos –algo que se le criticó mucho en su país–, luego dio la espalda a España en sus peores momentos –a principios de los 80, justo al final de su mandado presidencial–, negándole a nuestro país la colaboración antiterrotista y vetando nuestro ingreso en la Comunidad Europea a instancias de las presiones de los agricultores franceses, que por aquella época quemaban nuestros camiones de frutas y verduras en la frontera ante la pasividad (cuando no el regocijo) de los gendarmes franceses.

Con todo, Giscard es un europeísta convencido, y toda su vida ha trabajado por crear y consolidar las instituciones europeas. Fue él quien institucionalizó, en 1974, los Consejos europeos de jefes de Estado y de Gobierno; también apoyó la elección por sufragio de los diputados del Parlamento europeo, y fue él, quien creó, con Helmut Schmidt, el germen del Sistema Monetario Europeo, que después daría origen al Euro.

Estas credenciales le facultaron para ser elegido presidente de la Convención sobre el futuro de la UE, la cual tiene, entre otras tareas de asesoramiento, la redacción de la futura Constitución de la UE. En tal calidad, y desde la perspectiva de toda una vida dedicada a la política y la diplomacia, manifestó el viernes con toda claridad y en un momento especialmente oportuno, que la adhesión de Turquía supondría “el final de la Unión Europea”. Sin entrar en los pantanosos terrenos de la valoración del triunfo integrista –donde nuestra ministra de Exteriores, Ana Palacio, se hundió hasta el cuello negando que Europa fuera un club cristiano y calificando de “moderado” al partido integrista que ha ganado las elecciones en Turquía–, Giscard apoya su oposición al ingreso de Turquía en el hecho evidente (que Prodi y compañía se niegan a admitir por “corrección política”) de que “Turquía no es un país europeo”, ni en lo geográfico ni en lo cultural, pese a los esfuerzos de Ataturk y del ejército turco, el principal custodio de las reformas de Kemal. Asimismo, Giscard expone que “al día siguiente de iniciar las negociaciones con Turquía, nos encontraríamos con una petición de adhesión de Marruecos. El rey Mohamed VI lleva diciéndolo algún tiempo”. Por ello, Giscard considera que con Turquía bastaría con un “pacto de cooperación” similar al que se mantiene con Ucrania, un país, por cierto, mucho más “europeo” de lo que pueda ser la nación heredera de la Sublime Puerta.

No obstante, la Comisión Europa se ha apresurado a desautorizar a Giscard, afirmando que la candidatura de Turquía es “positiva” para la UE y que el ex presidente francés únicamente “ha emitido una opinión personal”, por lo que no existe “ninguna intención” de retirar a Turquía el estatuto de candidato que se le otorgó oficialmente en 1999. Si la Turquía de Ecevit ya era un candidato más que dudoso (los niveles de corrupción, mala administración e ineficacia de la élite gobernante turca están mucho más cerca de los estándares de Oriente Medio que de los de Europa–, la Turquía integrista “moderada” de Erdogan (quien ya ha anunciado que levantará la prohibición del velo para las mujeres que impuso Kemal Ataturk y ha calificado de terrorista al gobierno de Israel), más que un candidato es una amenaza para lo que la civilización europea representa. Prodi y su corte de eurócratas, que quieren “construir Europa” a espaldas de los europeos, sin haber pasado antes por las urnas, deberían tomar buena nota de lo dicho por Giscard. Él, a sus 76 años, ya nada tiene que ganar o perder en la arena política.

En Internacional

    0
    comentarios