Prometió el presidente del Gobierno vasco la paz. Criticó el PNV la política antiterrorista del PP diciendo, con absoluto descaro, que no había logrado, en seis años de gobierno, que ETA desapareciera. Arremetió contra el PSOE por su "seguidismo" a lo que, en su fatuo (y falso) lenguaje era el "inmovilismo" del Gobierno de Aznar. Las condenas al terrorismo eran lógicas pero no bastaban porque no solucionaban nada. Había que ser valientes y, para conseguir la paz, no cabía otra solución que poner en marcha su plan. Un plan secesionista, aunque se niegue, aunque sea gradual.
Ibarretxe se permitió, a continuación, interpretar el brillo de los ojos de los ciudadanos del País Vasco y, con ese fundamento, pontificó sobre la ilusión que producía su estrategia, porque se conseguiría la paz. En su último viaje a América se ha referido al fin de la violencia como un desideratum indiscutible de su política, ya que ETA se quedaría sin argumentos. La parálisis temporal de la banda se convertía, en el argumentario peneuvista, como el no va más del éxito. Todos se plegarían, terroristas y constitucionales.
Pero, en menos de veinticuatro horas, ETA coloca una bomba en un aparcamiento en Santander y da a conocer un comunicado en el que desbarata las promesas antidemocráticas de Ibarretxe. Si creía que su plan iba a calmar a la fiera, quedaba muy claro que la raíz del terrorismo vasco no es la reclamación de una competencia más, sino el totalitarismo de su ideología liberticida. Era una evidencia que ninguna retórica, y menos la de Ibarretxe, podía ocultar.
Y, ante la reaparición violenta y literaria de ETA, Ibarretxe nos propone ahora una manifestación contra ETA. "ETA kampora" (ETA fuera), dice, pero ¿fuera de qué? Porque lo lógico –y lo necesario para sumar a su iniciativa a los defensores de la libertad– sería retirar al mismo tiempo un plan que quiere dejar fuera a la mitad no nacionalista del País Vasco. Hay que estar contra ETA, pero no porque no se crea el plan de Ibarretxe, que no se lo cree nadie, sino porque se defienden las libertades, los derechos humanos, a las víctimas de su barbarie. No se trata, por tanto, de dejar a ETA fuera del plan secesionista, sino de eliminarla definitivamente.
El PNV viene cediendo ante el terrorismo para conseguir, de una vez, su proyecto soberanista y el fin de la violencia. Si ve ahora que un terrorista es siempre un terrorista, no puede tener la indecencia de pedir el apoyo de los constitucionales ante el desprecio que le muestra ETA, sino ponerse de su lado, retirar el plan, renegar de la colaboración con los sicarios de la banda. Y debe tener en cuenta que, como demuestran las investigaciones judiciales y avala el sentido común, ETA es también su brazo "político", sus colaboradores y apoyos, su sustento económico en un claro sistema de crimen organizado. Ibarretxe debería aclarar también si esa es la ETA que hay que dejar fuera o si se trata sólo de pretender engañarnos y le acompañemos en su lucha retórica contra cualquier impedimento a su lamentable proyecto político.
Si retira el plan, si explica que la ETA que hay que eliminar es la que la realidad constata, si se pone del lado de las víctimas, si asegura que el País Vasco ha de ser gobernado con el acuerdo con PP y PSOE y no con el de los asesinos, yo seré el primero en estar con él en la manifestación convocada. Pero sólo en ese caso.
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