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EDITORIAL

El PNV, a traición

Difícilmente puede disculparse un error tan grave como el que el PP cometió el viernes en el Pleno del Parlamento Vasco en el que se votaron los Presupuestos para 2003. El Gobierno del PNV ha conseguido que se aprueben los Presupuestos que financiarán el desarrollo de su proyecto separatista, antidemocrático y excluyente recurriendo a una treta parlamentaria que ha evidenciado una inexplicable falta de reflejos y de previsión por parte de quienes con más firmeza defienden las libertades –arriesgando su vida todos los días– y con más energía y convicción han denunciado la mala fe intrínseca al nacionalismo vasco desde sus orígenes hasta la actualidad.

Y, por desgracia, ha tenido que ser Jaime Mayor Oreja, probablemente quien mejor conoce las malas artes y las sinuosidades del nacionalismo vasco, el principal protagonista de la tragedia, pues un solo voto –el suyo– hubiera impedido al tripartito triunfar con su estratagema. No obstante, aunque Mayor Oreja sea el último responsable (en su condición de jefe del grupo parlamentario Popular en el Parlamento Vasco) por haber llegado tarde al Pleno, no hay que olvidar tampoco la cuota de responsabilidad que corresponde a Carlos Iturgáiz, presidente del PP vasco; a Carmelo Barrio, secretario general –quien, por cierto, se equivocó al emitir su voto– y a Leopoldo Barreda, portavoz del grupo Popular. Todos ellos se hallaban presentes y habría bastado con que alguno hubiera pedido la palabra durante unos minutos antes de la votación para dar tiempo a Mayor Oreja –que llegó poco después de las diez de la mañana después de asistir en Madrid al funeral de Íñigo Cavero y al Comité ejecutivo del PP– a incorporarse al Pleno, cuya votación no habría tenido lugar hasta las dos de la tarde si los representantes del tripartito, siguiendo el trámite habitual, hubieran subido al estrado para defender los Presupuestos. Esto es algo que tanto Iturgáiz como Barrio y Barreda podrían y deberían haber previsto –habida cuenta de su larga experiencia parlamentaria–, por lo que su cuota de responsabilidad en lo sucedido es apenas inferior a la de su jefe de filas.

Tampoco anduvo el PSE muy rápido de reflejos, pues de igual forma su portavoz también podría haber pedido la palabra para dar tiempo a Mayor Oreja. Por ello, y aun a pesar de la gravedad de lo sucedido, la petición de Enriqueta Benito, secretaria general de Unidad Alavesa –integrante del grupo Popular– de dimisión de Jaime Mayor Oreja es un tanto desproporcionada. Además, el principal beneficiario de esa dimisión sería el tripartito, que vería recompensadas sus malas artes con la caída del primer espada de la oposición, quien, en un gesto muy poco frecuente entre los políticos y que demuestra su talla moral, se apresuró a pedir perdón a los electores por su desliz.

Sin embargo, la infame triquiñuela del PNV y la zafiedad con que sus miembros demostraron su satisfacción por haber engañado a la oposición –Eguíbar habló del “regalo de Navidad” que les ha hecho Mayor Oreja–, queda superada por Jesús Caldera, el portavoz del PSOE en el Congreso, quien acusó a Mayor Oreja de hacer dejación de sus responsabilidades para defender su candidatura a la sucesión en el PP, sin siquiera dedicar un comentario a la deslealtad del PNV, que el viernes demostró sin ningún resquicio de duda que no reparará en medios para llevar adelante su proyecto secesionista.

Es chocante que quien hace escasos días falsificó los informes del Prestige con el único propósito de perjudicar al Gobierno, se atreva a exigir la dimisión de una de las personalidades que más intensidad, constancia y rectitud ha demostrado en la lucha contra el terrorismo y el nacionalismo excluyente. El error de Mayor Oreja fue hasta cierto punto involuntario y motivado, en todo caso, por un exceso de buena fe, frecuente en quienes son incapaces de recurrir a tretas sucias para llevar adelante sus proyectos. En cambio, el “error” de Caldera en el asunto del Prestige no tenía nada de inocente. Por lo demás, el PSOE, antes de extremar las críticas al PP en lo tocante a la lucha contra el nacionalismo excluyente y de exigir dimisiones, debería recordar a los GAL sus largos años de gobierno junto al PNV y los flirteos del PSE con las tesis nacionalistas, pues, que se sepa, nadie en el PSOE ha desautorizado las tesis de Eduardo Madina, favorables al referéndum de autodeterminación y al acercamiento de los presos etarras.

De este desgraciado suceso, el PP debe extraer una lección fundamental: que los nacionalistas, al divisar en la distancia la tierra prometida de la independencia, no repararán en medios y aprovecharán cualquier ocasión para forzar la marcha hacia ella. A partir de ahora, el PP debe tratar al PNV, no como un adversario, sino como un temible enemigo dispuesto a cualquier cosa con tal de llevar a cabo sus proyectos. Es incompatible denunciar –con todo acierto– la doblez de la manifestación contra ETA convocada por Ibarretxe para después confiar en que el PNV se atendrá en todo caso a las prácticas parlamentarias habituales, sobre todo cuando existe el precedente de la votación fraccionada de los anteriores Presupuestos impulsada por Atutxa. El PP vasco deberá prepararse a fondo para una guerra política contra un enemigo imbuido de la máxima leninista por excelencia: el fin justifica los medios.

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