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Pío Moa

Cuando el morbo te alcanza

En El Mundo de este domingo ha salido un reportaje algo extravagante, por así decir, sobre un libro mío de próxima aparición. Ya el título, “El ex Grapo que perdonó a Franco”, es de los de ¡toma ya! Y a continuación me cita: “Franco obró con más coherencia y respeto a la Constitución que el propio Manuel Azaña”. En efecto, Azaña intentó dos golpes de estado en cuanto perdió las elecciones, en 1933, pero si no se añade este pequeño dato, desconocido para la mayoría, la frase queda como una boutade ridícula.

Más abajo se dice que refuto a “estudiosos tan respetados como Preston, Juliá, Tusell, Stanley Payne o Elorza”. Es verdad en todos los casos, salvo el de Payne, de quien discrepo sólo en cuestiones secundarias. Luego, confundiendo fechas, señala que en 1934, el PSOE y la Esquerra urdieron “la abolición de los partidos de derecha, y con ello de la legalidad y la democracia”, o que según Stanley Payne, el alzamiento de octubre del 34 fue forzado por la católica y ultraconservadora CEDA. Que yo sepa, Payne no sostiene tan peregrina tesis; son Preston, Juliá y otros quienes insisten en tal versión, por lo demás perfectamente falsa. En cuanto a la abolición de los partidos de derecha y el encarcelamiento de sus dirigentes, ése era el propósito de los comunistas y de buena parte del PSOE a partir de febrero de 1936, pero en octubre del 34 el PSOE pretendía instaurar una dictadura de tipo soviético, y la Esquerra dar pasos decisivos hacia la separación de Cataluña.

Estos y otros errores ofrecen una versión chocante y poco fidedigna del libro, cuyo contenido es el análisis crítico de una serie de “mitos”, como la defensa de Madrid, la matanza de Badajoz, la persecución religiosa, el bombardeo de Guernica, el Alcázar de Toledo, el salvamento de los cuadros del museo del Prado, y bastantes más, sobre los cuales no aparece una línea.

En cambio se dedica la mitad del reportaje a lo que yo era y hacía hace muchos años en el PCE(r)-Grapo, como si ello tuviera algo que ver con el libro o con el carácter de éste, y cuando una breve alusión biográfica habría sido suficiente. Estos fallos, aun siendo lamentables, abundan demasiado en el periodismo actual, y rasgarse las vestiduras al respecto resulta inútil. Pero lo que ya rebasa los límites de lo admisible es el largo énfasis del periodista en la posible venganza que pudieran querer tomar contra mí los del PCE(r)-Grapo. En primer lugar, ¿por qué tiene que enterarse mi vecindario, en el que quizá haya gente indeseable, de esas cuestiones? Hace más de veinte años que no tengo la menor relación ni preocupación por aquel partido. ¿He de preocuparme, ahora, por un periodismo irresponsable que juguetea con lo que no debe, y que quizás dé ideas a algún chiflado o fanático, o le recuerde una tarea inconclusa? ¿A santo de qué la publicación de un libro de historia ha de servir de pretexto para semejante bazofia? ¿Es que el valor o no valor de mi trabajo tiene alguna relación con ella?

¡Pues así ha de ser, porque el asunto tiene “morbo”, y lo más importante para una gran cantidad de periodistas es meter “morbo” a sus escritos! Hablé con el autor del reportaje y lo gracioso, si así se quiere ver, es que simplemente no entendía por qué me cabreaba. ¿No había escrito yo aquellas frases en De un tiempo y de un país? Además, esas cosas, creía él, ayudaban a la difusión del libro. Su enfoque le parecía lo más legítimo y normal.

Y ciertamente es de lo más normal, por desgracia. Una gran parte del periodismo actual es periodismo de “morbo”, empezando por el llamado del “corazón”, y yo creo que eso contamina inevitablemente a buena parte del resto, dándole ese tinte entre domesticorro, zascandil, frívolo e irresponsable. Salvando la evidente distancia, uno puede imaginarse a Einstein presentando sus teorías, para encontrarse con que el periodista introduce numerosos errores en su explicación y, para colmo, dedica la mitad del reportaje a las conocidas desavenencias y problemas conyugales del científico.

El periodista tiene sobre el ciudadano corriente la ventaja de su acceso privilegiado a los medios. Esa ventaja tendría que ir acompañada de una responsabilidad acorde, pero no es así en muchísimos casos. Uno se siente impotente ante tales abusos. Quizá señalarlos ayude mejorar.

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