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Don Josep está triste, ¿qué tendrá don Josep, que ha perdido la risa, que ha perdido el color? Nuestro ministro de cienciotecnología no se luce últimamente. De acuerdo que la burbuja tecnológica ha explotado y muchos siguen con sordera temporal, pero cabría esperar que el MCYT reaccionase adecuadamente. Por lo menos, no parece que tengan responsabilidad en lo del Prestige, lo que dados los tiempos que corren ya es decir algo positivo. Pero la carrera hacia la Generalitat –y perdone usted, señor ministro, por la forma de señalar– precisa de éxitos gloriosos, o cuando menos de alguna noticia que permita salir en las noticias con aspecto triunfador.

Hace unos días, don Josep hizo una especie de examen de conciencia. Batiendo un récord de eufemismo, reconoció que “a lo mejor no se ha optado por la mejor forma” de alfabetizar al personal. Se refería, claro, al último, o penúltimo, o antepenúltimo Plan de Alfabetización Digital. Bueno, eso ya se lo podíamos haber dicho nosotros. De hecho, unos cuantos ya lo dijimos (ver Guardería Birulés). Montaron un circo alrededor de un ratón llamado Nicolás, y esperaron que los internautas entraran en tromba en las academias, o bien se leyesen unas cuantas páginas web, y hale-hop, ya tenemos un millón más de internautas. Será porque en mis ratos libres soy profesor, pero ya me parecía a mí que no iba a ser tan fácil.

El fallo fundamental es que el señor Piqué se equivocó en sus objetivos. O, al menos, no los supo enunciar correctamente. ¿A qué viene formar a un millón de internautas más, si ya hay ocho millones de ellos pululando la red en España, la mayoría de ellos autodidactas? ¿Es que tener nueve millones nos convierte en el país más chachipiruli? ¿Es un número mágico?

No, amigos lectores. Les revelaré el secreto, aunque seguro que ya se lo imaginan. Don Josep no quería un millón de internautas; quería un millón de consumidores. Un millón de personas ansiosas por entrar en eso que se llama la Sociedad de la Información, que al parecer consiste en tirar de Visa y ponerse a comprar por Internet. Un millón de e-consumidores que hagan despegar el comercio electrónico de una pastelera vez, creando puestos de trabajo, impuestos para las arcas públicas, riqueza, bienestar y perros con longaniza. Y al final, ese millón se les ha quedado en poco más de noventa mil… y eso según cómo se hagan las cuentas.

Tal vez a don Josep le iría mejor si se parase a escuchar a los internautas, o cuando menos, a intentar averiguar qué es lo que quieren. Por si está usted ahí, le aviso que queremos libertad. Queremos construir una Internet, crear, innovar, diseñar nuestro futuro sin preocuparnos por adquirir bienes y servicios. Quien quiera comprar por Internet, vale, que lo haga. Pero deje de empeñarse en que la Sociedad de la Información tiene que ser una gigantesca teletienda, porque no va a acertar. ¿Qué le cuesta pararse a preguntar, hombre? Pues nada, que ni por esas.

Mientras tanto, parece que sigue empeñado en dar la campanada deprisita. Con el Plan Info XXI pasando la ITV en la sala de autopsias, y con los dedos cruzados para que la LSSI obre el milagro, parece que el próximo mojón kilométrico en su brillante andadura será la Ley de Firma Electrónica. Con ello quieren una vez más dar confianza, seguridad y además certidumbre (nuevo palabro en el vocabulario oficial del MCYT, al parecer). Con eso, seguro que vamos a volcarnos a comprar por la Red, crear una Sociedad de la Información como Bill Gates manda, etcétera, etcétera; por no hablar de lo contento que se va a poner el ministro de Interior cuando tenga que ponerse a apatrullar el ciberespacio Lo mezclará con la enésima promesa de erradicación de las líneas Trac, una rebajita en las tarifas ADSL, un par de mareos a la comisión de expertos. C’ai prisa, c’ai prisa.

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