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Arturo Quirantes

El presidente está al secráfono

Durante muchos años, los intentos por desarrollar un sistema telefónico seguro se han saldado con, a lo sumo, un éxito parcial. Ya durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia alemanes lograron descifrar diversas llamadas entre Roosevelt y Churchill efectuadas a través de teléfonos supuestamente seguros. El problema ha consistido siempre en que los protocolos de cifrado actuales no funcionan en señales analógicas. Distorsionar una señal de voz de forma que no pueda ser entendida resulta muy difícil, ya que el oído humano tiene una gran capacidad para filtrar y corregir información defectuosa. Por eso, el famoso “teléfono rojo” no era en realidad un teléfono, sino una especie de línea de télex cifrada.

Con el paso a la telefonía digital se hizo posible utilizar diversos algoritmos de cifrado y autenticación, incrementando la seguridad hasta niveles casi impenetrable. El Gobierno de Estados Unidos desarrolló toda una red de teléfonos seguros. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) norteamericana desarrolló el chip Clipper, que insertado en unidades telefónicas especiales permitía cifrar comunicaciones digitales de voz. Versiones más sofisticadas podrían incluso permitir la protección de videoconferencias. Todo se reduce a cifrar unos y ceros.

En lo que respecta al usuario medio, por otro lado, la seguridad de las comunicaciones telefónicas sencillamente no existe. Nuestras conversaciones se transmiten “en claro”, sin ningún tipo de cifrado. Solamente en la telefonía GSM existe cierto tipo de protección débil, que no aguanta un ataque en regla, como saben muy bien las agencias de inteligencia (ver La seguridad de los teléfonos móviles). Por ello, existen en el mercado diversos tipos de “secráfonos” más o menos desarrollados. Y, por supuesto, ningún presidente usaría un móvil corriente, a menos que no le importe ver reproducidas sus llamadas en los periódicos al día siguiente.

Pero el uso de teléfonos seguros para comunicaciones de alto nivel se impone en las cúpulas militares, políticas y económicas. Precisamente ahora se revele que La Moncloa dispone de un sistema secrafónico para poder mantener videoconferencias con, por ejemplo, el presidente Bush. Lo que, por otro lado, no es casualidad. Por un lado, permite proyectar la imagen de unidad y proximidad entre los integrantes del eje anti-Sadam. Por otro, avisa a sus principales adversarios de que no podrán hacer con ellos lo que Estados Unidos ha hecho con los integrantes del Consejo de Seguridad, es decir, pinchar sus comunicaciones. No hay que olvidar que, tras la anglosajona, la red francesa de interceptaciones es la más extensa del mundo, y los alemanes tampoco son tontos en este campo.

Sin embargo, Aznar y sus contertulios telefónicos harían bien en recordar que, en el campo de la telefonía, la seguridad a menudo es una ilusión. El nuevo sistema secrafónico seguramente será lo último en protección criptográfica, con algoritmos bien probados y sistemas de intercambio de claves a toda prueba. También lo pensaba Churchill cuando conversaba tranquilamente con Roosevelt por secráfono, y todavía se están evaluando las consecuencias de sus indiscreciones en el frente italiano. El chip telefónico Clipper fue analizado y su algoritmo de cifrado resultó tener debilidades, a pesar de haber sido diseñado y probado a conciencia por el mayor contratista de criptólogos del mundo. Cuando Bush y Aznar se sienten a videoconferenciar pueden hacerlo con la tranquilidad de que Sadam Hussein no podrá escucharles. En cuanto al eje francoalemán, eso es harina de otro costal.

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