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Las colonizaciones de los nuevos territorios, sean el Oeste americano o la selva brasileña, tienden a seguir siempre el mismo patrón. Cuando los salvajes están más agustito, llegan de repente los que llamamos civilizados. Como éstos no tienen ni idea de supervivencia, tienen que depender de los nativos para su subsistencia. Con el tiempo, los recién llegados llegan al convencimiento de que la tierra es suya y, piano piano, se van haciendo con todo. Firman tratados, los rompen, entran a saco con el ejército… y los nativos acaban siendo extranjeros en su propia tierra. Y de protestar ni mijita, o aplicamos la legalidad vigente.

No parece que en el mundo digital las cosas se desarrollen de otro modo. Internet, tal y como la conocemos, la construyeron miles de pioneros en todos los rincones del mundo, gentes más preocupadas de crear que de patentar. De su abnegada labor es testigo vivo la red de redes, aunque si hubiera justicia los Torvalds y Lees del mundo serían ahora los hombres más ricos del mundo. En su lugar, una caravana de aprovechados vio la oportunidad de negocio, copiaron y emularon (algunos tienen el rostro de llamarlo “innovar”), y se hicieron de oro.

El problema es que, si no se traslada a los salvajes a una reserva donde no molesten, no podremos “desarrollar” el nuevo Oeste. Así que, como quien no quiere la cosa, a legislar se ha dicho. Primero se intentó criminalizar todo lo que no fuese ir de compras. Leyes como el tratado de Cibercrimen intentan convencer a la gente de que la red es muy mala, y los internautas una banda de pederastas halitósicos que es preciso vigilar por el bien de todos. Luego llegó la LSSI, que deja bien a las claras que la consigna de la Sociedad de la Información es la misma que la del Padrino: nada personal, sólo negocios. Lo que, dado el maremagnum de mafiosos legalizados que pulula por la Red, no está tan alejado de la realidad.

Y ahora que creíamos haberlo visto todo, se prepara el terreno para que pase el ferrocarril. La nueva reforma del Código Penal va a ilegalizar muchas actividades que ahora no solamente son legales sino que merecen serlo. Ateniéndonos a la letra de la ley, no voy a poder ni prestarle mi línea ADSL a mi hermano cuando venga a casa. De las comunidades wireless, olvidaos. De escribir tus propios drivers para que funcione tu DVD bajo Linux, ni hablar. Y nada de piratear la señal del satélite.

Y, lo que es peor, ahora no se podrá ni hablar. Si yo descubro, digamos, cómo desproteger la señal de un móvil, o crackear un fichero con contraseña, correr la voz significará hasta dos años de multa. Por supuesto, multitud de investigadores y desarrolladores de software irán al paro. Pero me resulta preocupante esta persecución de las ideas. Yo mismo he dado conferencias sobre la seguridad de los móviles. A partir de ahora, se supone que voy a tener que callarme la boca y hablar de la cría del gusarapo, o de lo contrario me caerá más cárcel que a un político corrupto.

Eso es legislar a la española. En lugar de favorecer las cosas, se obstaculizan. En vez de permitir la innovación, se ilegaliza de entrada por si acaso. En lugar de fomentar que la gente piense por su cuenta, se dice que no se preocupen, que para eso están nuestros sabios legisladores. Y no hables, niño, caca, eso no se hace. Mejor cómprate el kit de Operación Triunfo, que eso sí es ser buen ciudadano.

Ya estamos acostumbrados a la lengua torcida de los rostros pálidos. Todavía estamos esperando esa tarifa plana que nos han prometido. De rebajar la tarifa del ADSL, tururú. Pero eso sí, vamos a machacar a los que busquen las cosquillas al sistema, que son unos piojosos molestos. Pues esos piojosos, caras pálidas, son los verdaderos innovadores. Son los que dicen “esto no funciona bien, vamos a mejorarlo”. Claro que eso dejaría en ridículo a más de una empresa, así que no se puede permitir.

¿Innovación tecnológica, señor Piqué? Usted mucha lengua torcida. Jau.

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