Menú

A los españoles no les gusta “su” cine

El cine, como parte del mundo del arte y del espectáculo, es por su propia naturaleza uno de los ámbitos más competitivos de la sociedad; pues, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores de la economía, un solo fracaso ante el público puede arruinar una carrera durante mucho tiempo o quizá definitivamente. Y un éxito rotundo tampoco es una garantía de blindaje contra toda crítica de cara a trabajos posteriores. En el mundo del arte y del espectáculo es quizá donde el contacto entre el “consumidor” y el “fabricante” es más estrecho e intenso, donde el destinatario del producto cultural expresa con mayor libertad y claridad su aprecio o su rechazo a aquello que se le ofrece.

Es comprensible, pues, que en un sector tan competitivo como el cinematográfico, donde además los “fabricantes” se jactan con frecuencia de poseer un gusto más sublime y refinado que el de los destinatarios de sus productos, abunden más que en ninguna otra parte los partidarios de cuotas y subvenciones. Puesto que a quienes no les sonríe el éxito les es imposible, por razones obvias, echarle la culpa al público por no apreciar sus valiosos trabajos, tienden a achacar sus males a las confabulaciones de productores y distribuidores; quienes al parecer, por extrañas e incomprensibles razones, prefieren hundirles en el descrédito y el anonimato aun a costa perder las enormes sumas que podrían ganar produciendo, publicitando y exhibiendo masivamente sus películas.

La entrega de los Premios Goya el sábado ha servido para poner de manifiesto que el cine español, aun a pesar de las cuotas del 5% y del 25% que la Ley del Cine de 2001 impone a las cadenas de televisión y a las salas de exhibición respectivamente, no acaba de despegar. El descenso de la recaudación por taquilla del cine español desde los 110 millones de euros de 2001 a los 75 de 2002 es el principal argumento que aducen los representantes del sector cinematográfico español para denunciar que éste está en crisis –cuándo no lo ha estado a su juicio, cabría preguntar– y solicitar más subvenciones y más cuotas de pantalla. Aunque ocultan intencionadamente que 2001 fue uno de los mejores años del cine español en lo que a espectadores y taquilla se refiere, gracias a los éxitos de Los otros (una producción más norteamericana, al menos en el estilo, que española) y de Torrente (una “españolada” intencionadamente cutre muy bien recibida por un público cansado de documentales comprometidos con las obsesiones y latiguillos de la progresía, que se suelen camuflar de dramas y comedias).

El pasado año 2002 no fue, pues, especialmente bueno ni malo para el cine español si se compara con la trayectoria (ascendente, por cierto) de la última década. Y aunque es verdad que el cine norteamericano goza de mejor márketing y de más salas de exhibición en España –es extraño que las iras de la progresía cinematográfica no se dirijan al principal responsable, Jesús de Polanco– el principal problema del cine español (y europeo) es que –salvo excepciones como Belle Epoque, Airbag, Los otros y algunas películas de Garci y Almodovar– sólo gusta a una minoría del público. La calidad técnica de las interpretaciones o del rodaje, aún muy deseables, quedan en un segundo plano pues el público va al cine, ante todo, a reír, a llorar, a divertirse y, a veces, a instruirse... pero casi nunca a adoctrinarse o a discutir sobre los aspectos técnicos de la película, que sólo interesan a los profesionales y a los verdaderos cinéfilos.

En España no faltan, ciertamente, talentos cinematográficos en todas las facetas de este arte, ya sea en la dirección, la interpretación, el montaje, la fotografía, etc. Y, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones, la escasez de presupuesto y los canales de distribución no son obstáculos insalvables siempre y cuando no falte lo principal: una buena historia, buenos actores y un buen director; especialmente lo primero. Por ello, de nada sirve meter la mano en el bolsillo del contribuyente para pagar por él la entrada de una película que no quiere ver, ni tampoco obligar a televisiones y salas de exhibición a que programen algo que el público no demanda. De nada, excepto para que ciertos productores y directores trabajen en lo que a ellos les gusta, independientemente de que al espectador le guste o no.

En Sociedad

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal