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EDITORIAL

No a la guerra, ¿sí a la paz?

En lo que respecta a la actitud ante EEUU y la guerra contra Irak, el contraste entre la Europa que sufrió el yugo comunista y Europa occidental no puede ser más esclarecedor. Los europeos orientales tuvieron ocasión de comprobar durante más de cuarenta años los costes que implica no estar integrado en una alianza defensiva con los EEUU. Bien es cierto que los soviéticos no les dejaron elegir; pero en cuanto pudieron hacerlo, justo después de la caída del muro de Berlín, no dudaron ni un solo momento cuál debía ser su política exterior en materia de defensa ni cuáles debían ser sus aliados. Cuatro décadas de miseria, represión y mentiras no podían dejar lugar a ninguna duda. Conocen bien, por propia experiencia, la naturaleza del régimen nazi-soviético de Sadam Husein, y saben perfectamente de su capacidad para el asesinato, la mentira y el cinismo. Es comprensible, pues, que los ciudadanos de estos países no se hayan lanzado masivamente a la calle para decir “no a la guerra”. Por su reciente experiencia, no pueden permitirse el lujo de la inocencia y la buena fe.

En cambio, los europeos occidentales, que desde la II guerra mundial han vivido bajo el manto protector de EEUU sin tener que preocuparse seriamente por su propia defensa, han perdido completamente la memoria histórica y la perspectiva. Medio siglo de una paz, una libertad y una prosperidad cuya defensa no se debe –al menos en su mayor parte– a su propio esfuerzo consciente ha embotado el juicio de los ciudadanos de la vieja Europa, inclinándoles a creer que para disfrutar de la paz basta tan sólo con desearlo. Ni siquiera el aldabonazo del 11-S ha hecho reaccionar a una ciudadanía europea que, sin darse cuenta de que está metida de lleno dentro del drama, prefiere adoptar la postura del espectador o del crítico, creyendo que basta con expresar su agrado o desagrado para que guionistas y directores ordenen a los actores representar un final feliz.

Por desgracia, ese deseo de paz que, sin ir más lejos, expresaron el pasado sábado en España tres millones de personas, está siendo utilizado por los enemigos de EEUU y de todo lo que esta nación representa para socavar las alianzas que han hecho posible durante cincuenta años la paz y la prosperidad en el mundo libre. El deseo más ferviente de tiranos criminales como Sadam Husein, Fidel Castro, Kim Jong Il, Gadafi y sus alumnos (como Chávez), así como el de todas las organizaciones terroristas que éstos cobijan, apoyan, arman y financian, es que cunda la división entre los EEUU y sus aliados para que renuncien a la defensa activa de la paz, la libertad y la seguridad en el mundo; dejándoles a ellos el campo libre. Exactamente la misma táctica que empleaban los soviéticos cuando impulsaban las campañas a favor del desarme –sólo occidental– en Europa y que, hoy como ayer, encuentran en el mundo del espectáculo –por su propensión a la farsa y el fingimiento– sus más estridentes altavoces.

Es triste que Rodríguez Zapatero, que empezó siendo la imagen de la renovación del socialismo español, se preste, con la esperanza de rebañar un puñado de votos, a formar parte de una repugnante mascarada donde, en lugar de defender un legítimo deseo de paz expresado por ciudadanos de buena voluntad –desinformados en su mayor parte gracias a la incuria del Gobierno–, nuestra “progresía” cinematográfica ha aprovechado para cantar loas a Sadam y a Chávez y para denigrar a EEUU. Su “no a la guerra” no es un “sí a la paz”. Es tan sólo un ‘no’ a esta guerra y a cualquier otra que emprendan los EEUU y sus aliados para defender la libertad y la seguridad en el mundo y que pudiera poner en peligro a los tiranos y los terroristas que tan cordialmente los reciben en sus palacios y sus fincas con honores de jefes de Estado.

En España

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