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Sentimientos totalitarios

Bernard de Mandeville lo intuyó pero Adam Smith lo formuló claramente cuando dijo que el comportamiento egoísta de las personas puede tener un resultado positivo para toda la comunidad. “No es –dice en La Riqueza de las Naciones– de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses”. Pero también el padre de la economía aseguró en su Teoría de los Sentimientos Morales que "por muy egoísta que se suponga a las personas, hay algo en su naturaleza que los insta a preocuparse por la ventura y felicidad de los demás, no obteniendo de ello otro beneficio más que el placer de observarlas". Algunos han querido encontrar una contradicción en estos dos argumentos pero es difícil negar que efectivamente el hombre se mueve por cálculos racionales de costes y beneficios, y también por sentimientos que, aunque cabría tal vez aplicar sobre ellos parecidos cómputos, suelen tener resultados mucho más inciertos.

Parece, sin embargo, que los impulsos emocionales imperan en estos últimos días y semanas mucho más que conductas racionales y se produce una frenética y continua exhibición por la paz y por la solidaridad. Los intelectuales y los políticos, supuestamente progresistas ambos, representan juntos esta exhibición un tanto impúdica porque desnudan las propuestas de cualquier contenido afirmativo: No a la guerra y Nunca máis. Resulta habitual este comportamiento en los primeros, sobre todo entre actores y artistas, ya que por su profesión son poco dados a reflexiones racionales sobre actuaciones eficientes e, incapaces de captar manos poco visibles pero presentes, anhelan emocionados utopías totalitarias para el futuro.

Pero si esta infantil conducta de los supuestos intelectuales es en principio inocua por ya repetida, puede resultar especialmente dañina si en ella caen los políticos. Ya los griegos desconfiaban de que la política pudiera tomar un rumbo diferente a la filosofía, es decir, a la razón y a la ética, y por eso Platón dijo que "no habrá paz en el mundo a menos que los filósofos gobiernen o los gobernantes filosofen". La oposición socialista y comunista no hace por el momento ninguna de estas cosas, pero la primera puede terminar gobernando subida en la ola de irracionalidad que ha representado mejor que nadie Almodóvar al leer el manifiesto contra la guerra.

Millones de muertos podrían ser testigos de los políticos que en el siglo XX han alcanzado el poder moviendo y atrayendo a la gente con sentimientos. Pero cuando en política se apela a las emociones más que a la razón se pone en peligro la democracia y la libertad, y surge entonces lo absurdo y lo inverosímil. Que Jacques Chirac sea paladín de la paz y Hugo Chávez de experiencias democráticas son sólo dos muestras de las muchas aberraciones que ahora se escuchan. El siguiente paso es que también los sentimientos sean cómplices del totalitarismo.

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