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El feminismo anhela superar la profecía totalitaria de Orwell

La ideología feminista es teóricamente tan totalitaria, si no más, que el posmarxismo del que procede y donde se integra.

La ideología feminista es teóricamente tan totalitaria, si no más, que el posmarxismo del que procede y donde se integra.
C.Jordá

Giovanni Gentile, el principal teórico del fascismo italiano y ministro de Educación Pública en el primer Gobierno de Benito Mussolini, definió esta doctrina como una política que abarca todas las facetas vitales de los gobernados. A partir de entonces se llamó "totalitarismo" a la invasión del poder político en todos los espacios, sociales, y también privados, en los que se desenvuelve el ser humano. Por ello, la tradición liberal ha sido muy recelosa a la hora de establecer regulaciones sobre cuestiones personales y familiares. Consecuente con ello, el feminismo liberal del siglo XIX, hegemónico entonces, se centró en dos cuestiones netamente políticas, el voto femenino y la educación de la mujer.

John Stuart Mill entendió sin embargo que no se puede defender la igualdad entre hombres y mujeres respecto al acceso a la enseñanza sin cuestionarse temas más personales, el matrimonio en concreto. El razonamiento es irrebatible. En tiempos de Stuart Mill, la expectativa vital de la mujer era sólo cumplir con el papel en que quedaba socialmente relegada, esto es, encontrar un marido y crear una familia. Y para desempeñar este rol únicamente necesitaba ser instruida en el estereotipo de la pureza, la honradez y en el cuidado de hijos y hogar, permaneciendo casi o totalmente analfabeta en todo lo demás.

El debate jurídico actual no se centra tanto en si el poder público debe o no interferir en cuestiones privadas porque, en realidad, siempre lo ha hecho, incluso en temas íntimos. El ejemplo más claro es la prohibición del incesto, tabú de carácter social, no natural, según Claude Lèvi-Strauss. Lo que se discute ahora desde el Derecho es cómo regular cuestiones personales cuando afecten a terceros y qué razones se esgrimen para ello. Es sin embargo un campo resbaladizo. Volviendo al incesto, practicarlo en Alemania está penalmente castigado con hasta dos años de cárcel, y en España fue despenalizado en 1978, pudiendo los progenitores e hijos habidos de su relación ser reconocidos como familia legal, aunque sigue prohibido el matrimonio entre hermanos. Lo curioso es que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos reconoce como válidas ambas regulaciones.

En el campo ideológico existen posturas más definidas y encontradas. Los partidarios de las democracias liberales no ven con buenos ojos que el Estado se inmiscuya en la vida privada y familiar de los ciudadanos mientras no se cuestionen derechos fundamentales. Basta con citar la Convención Europea de Derechos Humanos, cuyo artículo 8 proclama el "derecho al respeto a la vida privada y familiar, incluyendo la intimidad del domicilio y la inviolabilidad de la correspondencia", si bien admite que puedan existir casos excepcionales que justifiquen una injerencia de los poderes públicos.

El feminismo radical considera por el contrario que la excepción debe ser la regla general. La histórica feminista Betty Friedan visitó en 1975 a Simone de Beauvoir en su casa de París para que la consagrada escritora francesa le aconsejara sobre cómo potenciar el incipiente feminismo en Estados Unidos. En concreto, le planteó la posibilidad de reivindicar un salario para las mujeres por el trabajo doméstico para mejorar sus pensiones. De Beauvoir se mostró radicalmente contraria a la idea afirmando: "A ninguna mujer se le debe permitir quedarse en casa para cuidar a sus hijos, no deben tener esa opción, porque, si la tienen, demasiadas mujeres la escogerán (…) se trata de destruir el sistema, de abolir la familia". Eran los tiempos en que la Revolución Cultural de Mao, que tanto admiraron de Beauvoir y Sartre, estaba en su apogeo.

Cinco años antes de este encuentro, Carol Hanisch organizaba en Nueva York grupos de terapia con mujeres para convencerlas de que sus frustraciones en el matrimonio, la obligación de cuidarse para el marido y el deber para con los hijos no son cuestiones personales sino políticas. Instó en consecuencia a que las mujeres dejaran de culparse y a que buscaran soluciones colectivas. Plasmó estas ideas en un artículo que fue publicado junto a otros textos bajo el título Lo personal es político, y esta frase se ha convertido en uno de los lemas más repetidos por el movimiento feminista.

Desde entonces, el feminismo hegemónico ha conseguido imponer, con indudable éxito, una ideología que entra a saco en la intimidad de los hogares y de las relaciones afectivas, aprobando incluso leyes y normas en este sentido cuando el poder político asume la llamada "agenda de género". Ningún poder gubernamental ha ido tan lejos en su vocación intervencionista sobre cuestiones personales, ni siquiera los regímenes totalitarios. Hasta ahora. La ideología feminista llega a negar, o al menos a cuestionar, la naturaleza biológica de la sexualidad y pretende construir en su lugar otra identidad bajo criterios culturales. Únicamente el intento comunista de crear un hombre nuevo, en Cuba, la URSS y China, recuerda el propósito feminista. Y, como entonces, se pretende hacer frente al consenso científico, esta vez contra el que existe en la psicología evolutiva.

El feminismo tiene, como tuvo Stalin, su Trofim Lysenko. Este ingeniero agrícola quiso multiplicar la productividad de los campos soviéticos en los años treinta aplicando ciencias no "burguesas", como fueron calificadas las leyes genéticas de Mendel o la teoría de la evolución de Darwin. El experimento costó la vida a no menos de siete millones de personas y se puso en práctica para remediar la hambruna que provocó la colectivización forzosa aprobada en 1927, que causó otros cuatro millones de muertos. En el fondo, la agricultura ecológica de Lysenko retorció la ciencia para ponerla al servicio de una ideología política. El mismo cometido cumple para el feminismo Sandra Harding, profesora en la Universidad de California en filosofía de las ciencias y creadora de la llamada "epistemología feminista" con su teoría del punto de vista.

En el marco teórico del marxismo, Harding analiza las relaciones entre poder y conocimiento y llega a afirmar que la posición privilegiada y hegemónica de los hombres en el patriarcado les ofrece una visión de la realidad que refleja sus intereses y valores, lo que se traduce en un conocimiento parcial y perverso. Por el contrario, los colectivos excluidos, como las mujeres, conocen el discurso dominante a la vez que el suyo propio, de ahí que generen experiencias más enriquecedoras y críticas frente al orden social. En definitiva, las mujeres como clase social dominada y excluida son capaces de elaborar un conocimiento más completo y científico. Es el "punto de vista feminista", que crea una ciencia más objetiva y valiosa, concluye Harding.

Desde este punto de vista que machaca la epistemología de las ciencias aplicando un criterio tan ridículo, es difícil cuestionar la existencia de un patriarcado donde la mujer es víctima por el mero hecho de serlo y el varón es culpable por la misma razón. También desde la epistemología feminista, es imposible debatir si la diferencia entre sexos se debe o no a razones exclusivamente culturales y si niños y niñas nacen iguales, sin condicionantes genéticos ni biológicos, como páginas en blanco donde los educadores pueden, al margen de la voluntad de los progenitores, programar sus identidades y hasta sus apetencias sexuales.

La ideología feminista es teóricamente tan totalitaria, si no más, que el posmarxismo del que procede y donde se integra. De triunfar esta ideología, se hará realidad la predicción totalitaria de George Orwell descrita en 1984. Incluso se superaría esta profecía distópica, porque no será necesario ni el Partido Único ni la Habitación 101; es decir, no hace falta romper por el momento la democracia representativa, si el movimiento feminista es capaz de crear una "cadena de equivalencias" con otros sujetos revolucionarios, como diría Ernesto Laclau. Entonces, un poder cultural hegemónico será suficiente para modelar sutilmente la naturaleza humana como si fuera de plástico.

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