Principal materia prima del historiador, la hemeroteca es afortunadamente insobornable e inmune a las mistificaciones. El vicio de reescribir la Historia –propio de los totalitarios, que necesitan de rutilantes mitos concordantes con sus anhelos y extravagancias para cubrir sus miserias, crímenes y traiciones– es una de las notas características más sobresalientes de los nacionalistas, especialmente de los vascos. Por ello, cuando alguien recurre a las hemerotecas para poner de manifiesto el estridente contraste entre el mito y la realidad de los hechos, los nacionalistas sólo saben responder con la calumnia, la insidia, el insulto y la descalificación. Y cuando éstas no dan resultado, recurren al más crudo cinismo, confiados en que su tradicional victimismo les exime de toda coherencia.
Cuando Carlos Iturgáiz –presidente del PP vasco– acusó al PNV el pasado 23 de febrero de olvidarse de las palabras de Juan María Atutxa –consejero de Interior en 1992, cuando relacionaba directamente al diario Egunkaria con ETA–, bastaba con recurrir a la hemeroteca para verificarlo. Libertad Digital se tomó esa molestia y pudo comprobar que Carlos Iturgáiz –y también Ángel Acebes– estaban en lo cierto: el 3 de febrero de 1992, Atutxa dijo, con motivo de la desarticulación de la infraestructura etarra dedicada a la extorsión de empresarios que “estas actuaciones demuestran con total claridad el carácter mafioso de ETA y las significativas coincidencias existentes entre esta red y entidades tan importantes para el mundo de HB como su propia Mesa Nacional el diario Egunkaria y el sindicato LAB”.
Sin embargo, Iñaki Anasagasti prefiere creer –o, mejor dicho, quiere hacer creer– que “el CNI (el nuevo CESID) suministra información a estos de Libertad Digital y al grupo de Jiménez Losantos (editor de Libertad Digital y director de La Linterna de la Cadena COPE), que es un grupo de extrema derecha y saca esta documentación”. Si no fuera porque Iñaki Anasagasti goza desde hace casi treinta años de patente de corso para lanzar insidias y descalificaciones a discreción a quienes osan contradecirle a él o a su partido, sus declaraciones probablemente habrían hundido su carrera política en el más espantoso ridículo.
Pero no contento con lanzar calumnias contra este periódico y su editor, Anasagasti no tiene empacho en admitir que “independientemente de que lo hubiera dicho Arzalluz, Egibar, Atutxa o yo mismo (la relación entre Egunkaria y ETA), estamos hablando de una cosa de hace 10 años y ahora estamos en 2003”. Es decir, en 1992 el PNV todavía era el nacionalismo “moderado” y perseguía a ETA y sus pantallas. Hoy, en 2003 y después del Pacto de Estella, las cosas son distintas y ETA es su aliado estratégico; por lo que es preciso proteger y amparar a los altavoces de ETA como Egunkaria, aunque para ello haya que ensuciar la reputación de la Justicia, de las Fuerzas de Seguridad del Estado o de los medios de comunicación.
A Anasagasti le duele la hemeroteca. Pero, afortunadamente, entre las competencias del Gobierno Vasco no se encuentra la manipulación de los archivos periodísticos. Esperemos que, en el futuro, cuando sea preciso recordarle que dio más credibilidad a las acusaciones de tortura formuladas por el director de Egunkaria que a los informes forenses, a de los de la Guardia Civil y a la palabra del ministro del Interior, antes de atribuir tan sabrosas informaciones a las filtraciones de los servicios de inteligencia –a los que, por cierto, el PNV no fue ajeno en el pasado– se tome la molestia de consultar la hemeroteca.

A Anasagasti le duele la hemeroteca

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