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La ONU decidió sancionar a Irak muy poco después de la invasión de Kuwait, en 1990 y antes incluso de la guerra. Al no acabar con el régimen de Hussein entonces, las sanciones permanecieron causando serios daños a un país cuyas infraestructuras habían sido parcialmente destruidas. Previendo esto, se propuso en el mismo 91 la creación del programa "Petróleo por alimentos". Sin embargo, Saddam se negó alegando que era una reducción de la soberanía iraquí (es decir, la suya) puesto que el dinero obtenido a cambio del oro negro sería gestionado por la misma ONU para comprar los alimentos y medicinas que necesitaba el pueblo iraquí.

Finalmente, a finales del 96, el tirano aceptó el programa a cambio de asegurarse el control del mismo en el centro y sur de Irak, la parte que controlaba políticamente. Ese programa fue ampliándose eliminando los límites de exportación del petróleo y aumentando la diversidad de los bienes que podían comprarse a cambio. Finalmente, en mayo de 2002 se aprobó un último programa de sanciones que permitía un intercambio libre de bienes que no pudieran usarse militarmente, una prohibición del tráfico de armas y un aprobación obligatoria de la ONU para una lista de 300 páginas de productos que podrían tener tanto uso civil como militar.

Durante todo este tiempo el régimen no ha sufrido y el pueblo iraquí ha padecido las consecuencias. El intento más serio de contar el número real de bajas debidas al embargo es el del profesor Richard Garfield, que estima un total de 227.000 niños entre 1990 y 1998, durante el periodo más duro de las sanciones. Una auténtica animalada, pero no obstante bastante inferior al millón que se había popularizado ya entonces como la verdad absoluta.

Sin embargo, si escarbamos un poco más los resultados son aún más sorprendentes. Un estudio publicado en The Lancet en mayo del 2000 muestra que la mortalidad en el norte, cuyo gobierno es autónomo con respecto a Bagdad, está por debajo de los niveles de antes de la guerra (de 80 a 72 muertes por cada 1000 nacimientos) y, evidentemente, muy por debajo de los que alcanzó cuando el multimillonario Hussein se propuso exterminar a los kurdos. Es en el centro y sur de Irak donde las sanciones han causado los desastres humanos de los que estamos hablando, saltando la mortalidad de 56 a 131.

El embargo ha sido un trágico error derivado de un error inicial mucho mayor, que fue detener la guerra y dejar a Saddam Hussein vivo y totalitario. Sin embargo, las cifras muestran que los efectos más devastadores de los mismos son atribuibles al genocida, lo que no detendrá de acusar a Estados Unidos en exclusiva a los antiglobalización que, cosa curiosa, sólo protestan a las restricciones al comercio cuando las propone este país.

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