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Espero y deseo

Los políticos gustan mucho de los verbos reduplicativos, dos (o más) acciones que se parecen. Si se enlazan, parece como si se reforzaran mutuamente. La fórmula favorita es la de “espero y deseo”. Si se espera algo favorable o conveniente, es lógico que también se desee. Pero parece que se concede una especial fuerza a esa forma del “espero y deseo”, que es como un simpático pleonasmo. El presidente Aznar recurre muchas veces a ese latiguillo, pero, tras él, muchos de sus seguidores y adversarios. En el fondo late aquí una confusión muy característica de la mentalidad española. A saber, se superponen los deseos con las previsiones de lo que objetivamente puede pasar. De ahí la general ausencia de distinción entre dos formas verbales tan distintas como “deber ser” (moralmente) y “deber de ser” (probablemente). Es la mentalidad del jugador empedernido de Lotería: basta con desear el premio ardientemente para que le toque, o así se lo cree. Definitivamente, el hombre feliz esperaba siempre que sus deseos se realizaran.

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