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Alberto Míguez

Marruecos y las mafias

Si para algo sirve la lúgubre estadística de ahogados en el estrecho de Gibraltar o en las costas canarias en lo que va de año, es para que quienes cantan a diario las excelencia de las relaciones entre España y Marruecos sean más modestos y no engañen a los ciudadanos con esa retórica espesa que ha servido precisamente para envenenar esas relaciones en los últimos años. La mentira y el disimulo tienen mal encaje en ese marco esplendoroso que los nuevos potemkines del reino de España elevan cada martes y cada jueves.

El régimen marroquí tiene una extraña manera de interpretar lo que son unas relaciones estables, amistosas y decentes con su vecino del norte, es decir, con España. En múltiples ocasiones se ha pedido al rey Mohamed VI (antes se hizo con su padre, Hassan II) que controle e impida el infame tráfico de pateras y otras embarcaciones de fortuna que a diario salen de sus costas y que a diario también naufragan en las proximidades de las nuestras.

El gobierno marroquí sabe como nadie que estas expediciones se organizan, cobran y parten de su territorio –¿de dónde si no?– y que las mafias de este tráfico actúan en libertad y sin miedo, ya sea porque cuentan con apoyos y amistades al más alto nivel o porque ni las fuerzas armadas ni de seguridad del reino cherifiano cumplen con su deber y hacen la vista gorda. Si, como aseguran las autoridades españolas, los nuevos sistemas de detección avanzada instalados en el estrecho de Gibraltar y en Canarias permiten descubrir con bastante antelación la salida de estas motoras hacia costas españolas para poder alertar a las autoridades marítimas y policiales marroquíes con antelación suficiente, es obvio que en las costas mediterráneas y atlánticas del “amable vecino del Sur”, como reza la publicidad turística, alguien mira hacia otro lado y se toma una tacita de té con hierbabuena mientras tanto.

El incumplimiento de los compromisos adquiridos por el régimen marroquí con España de acabar con las mafias de la emigración y de la droga debería obligar a quienes a diario lanzan las campanas al vuelo sobre unas relaciones al parecer inmejorables a un examen crítico de los métodos, concesiones y “retornos” de una amistad nada fácil de demostrar salvo en las explosiones retóricas de Ana Palacio, el ministro Arias Cañete y el secretario de Estado de Cooperación, Miguel Angel Cortés, que, aquí como en Guinea Ecuatorial, confunde la lluvia con otros fluidos menos incoloros e inodoros que caen sobre nuestras cabezas. Todos a una y en coro cantan estas damas y caballeros aquella copla revisteril de “todo va bien, señora baronesa”. Pero lo peor no está en su melopea sino en quien la escucha complacida y embobado.

Todo indica que este año morirán en nuestras costas el doble de emigrantes ilegales que el año pasado. Es un escándalo y el gobierno de la señora baronesa, quiero decir del señor Aznar, debería explicar por qué pasa lo que pasa y cómo impedir que siga pasando.

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