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EDITORIAL

Reciclaje selectivo de cadáveres

Todo parece indicar que el “bombazo” informativo de la BBC, revelando supuestas manipulaciones del gabinete de Blair de los informes de la inteligencia británica para “exagerar” la importancia de la amenaza que para los iraquíes, Oriente Medio y el mundo suponían las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, no fue más que otra tergiversación, del mismo estilo de la que fue víctima Paul Wolfowitz, el número dos del Pentágono, a manos de Vanity Fair. Esta vez se trata de las conversaciones que David Kelly mantuvo con periodistas de la BBC hace varias semanas. La cadena pública británica presentó falsamente a su fuente como un alto funcionario de los servicios de inteligencia, cuando en realidad Kelly no era más que asesor de Blair en la materia. Este “desliz”de la BBC probablemente obligó al gobierno de Blair a revelar indirectamente la identidad de Kelly –única fuente de la cadena pública británica, según han reconocido sus responsables tras la trágica muerte del ex inspector de armamento de la ONU–, quien afirmó ante la comisión de investigación en la Cámara de los Comunes que las conclusiones a las que llegaron Andrew Gilligan y Susan Watts, los autores de la información, no se correspondían con lo que él les dijo. Algo que la BBC sigue negando contumazmente.

Probablemente nunca se sepa con absoluta certeza qué dijo exactamente Kelly a sus interlocutores de la BBC, ni tampoco llegue a conocerse las causas de su suicidio. Pero todo indica que Kelly se ha convertido en la primera “víctima colateral” de la guerra que la prensa “independiente” tiene declarada a los líderes que impulsaron la intervención militar en Irak. Y lo cierto es que esa misma prensa, nacional e internacional, no ha resistido la tentación de cargar la muerte sobre los hombros de Blair, provocando la mayor crisis de su gabinete desde 1997, año en que accedió al número 10 de Downing Street. Del quisquilloso celo con que la izquierda dice oponerse a las dictaduras y defender los derechos humanos habría cabido esperar que, una vez finalizada la guerra de Irak con el feliz derrocamiento de Sadam Husein, los políticos de izquierda y la prensa “independiente”, nacional e internacional, cesaran en su campaña de tergiversaciones, intoxicaciones y mentiras más o menos descaradas acerca de los “verdaderos” motivos petrolíferos de la intervención militar para concentrarse en la denuncia de las atrocidades perpetradas por Sadam.

Cuando la liberación de Irak ha sido bendecida por la ONU a posteriori, y tras el paulatino descubrimiento de las fosas comunes donde fueron enterrados los miles de kurdos, chiítas y otros opositores masacrados por el régimen genocida de Sadam Husein –sus esbirros no vacilaron en asesinar a niños de corta edad por el hecho de ser kurdos o chiítas, muchos de los cadáveres muestran signos evidentes de brutales torturas y la cifra de desaparecidos asciende a 300.000–, parecía que cualquier crítica acerca de la justificación ética de la intervención militar en Irak quedaría definitivamente silenciada. Aun a pesar de que las armas químicas y bacteriológicas que Sadam no destruyó y continuó fabricando, tarden en aparecer. Porque la justificación jurídica, basada en el incumplimiento de Sadam de las condiciones del armisticio de 1991, que le imponían, por mandato de la ONU, la destrucción de sus arsenales de armas de destrucción masiva, jamás ofreció duda alguna razonable. Como pudo comprobarse en el curso de las inspecciones y después en la guerra.

Pero, por desgracia, la izquierda ha demostrado en demasiadas ocasiones que a la hora de combatir dictaduras y tiranías, es exquisitamente parcial. Cuando llega el momento de defender los derechos humanos de las víctimas de sus dictadores favoritos –invariablemente enemigos, sean cuales sean, de EEUU y de Occidente– se muestran renuentes y procuran desviar la atención hacia los pecados –reales o, las más de las veces, imaginarios– de quienes, con todos sus errores y sus defectos, toman la iniciativa para intentar hacer del mundo un lugar más libre y más seguro.

La izquierda y sus medios de comunicación afines –que son abrumadora mayoría– no sólo se han negado tenazmente a correr un tupido velo sobre el aluvión de intoxicaciones, de insultos y de mentiras más o menos descaradas que vertieron sobre la Coalición internacional. Perdida la guerra para sus intereses, la izquierda pretende arrebatarles a Bush, Blair y Aznar la lógica victoria política asociada a la liberación de Irak, sin abandonar, naturalmente, la cantinela de la “sangre por petróleo”, el grito de guerra con que la nueva Komintern camufló y sigue camuflando su devoción por Sadam. Sin embargo, lo peor no es la irresponsabilidad y falta de respeto por la verdad y la objetividad con la que se conducen muchos políticos y periodistas de izquierda. Las informaciones sesgadas y las fabulaciones insidiosas no serían tan repugnantes si no estuvieran entreveradas de cadáveres cuidadosamente seleccionados y reciclados al servicio de la “causa”: el de José Couso, y no el de Julio A. Parrado. Los de las escasísimas víctimas civiles de la guerra y no los de las masacres de Sadam. El de Kelly y no los de los soldados norteamericanos y británicos que cayeron –y siguen cayendo– por la libertad de Irak.


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