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Alberto Míguez

¿Quién mató al ayatollah?

Varios individuos han sido detenidos ya (unos iraquíes y otros, al parecer, sauditas) por su participación en el asesinato del ayatollah Al Hakim, lider máximo del chiísmo en Irak y personalidad muy próxima a los clérigos iraníes. Aunque existen muy fundadas dudas sobre la responsabilidad directa de los detenidos en la masacre, no cabe duda de que los “soldados perdidos” de Sadam Hussein, es decir, los restos de sus milicias y del partido Baas, han participado en el genocidio.

Es menos claro, en cambio, que Al Qaeda haya tenido mucho que ver en este atentado aunque no quepa excluirlo. El número de atentados atribuidos a la organización de Bin Laden en los últimos meses (Bali, Djakarta, Casablanca, Bagdad,etc) convierte a esta organización en un monstruo omnipresente a nivel planetario, imposible de penetrar y neutralizar, imprevisible e invencible. Eso, al menos, es lo que parece.

Todos los expertos en estos asuntos –los hay en todas partes, reales o virtuales– aseguran sin embargo que “la base” de Bin Laden es menos una estructura organizada piramidalmente que una nebulosa instalada en varios Estados árabes y que cuenta con el apoyo material de algunos países, entre ellos desde luego Arabia Saudita, los Emiratos, Siria, Sudán, Egipto, etc. Apoyo de carácter social pero no político e institucional o militar.

La tesis de que en los últimos dos años Sadam Hussein había establecido una alianza táctica con Al Qaeda para atacar en común a Occidente y especialmente a Estados Unidos, está por probar aunque, de confirmarse, daría la razón a quienes justificaron la guerra de Irak como la lógica reacción contra un régimen terrorista o que apoyaba al terrorismo.

Bin Laden es sunnita y Sadam, también. Pero ahí se paran las semejanzas, aunque ambos tipos compartan un odio profundo a Occidente, Israel y, por supuesto, Estados Unidos. Pero ¿basta este odio para preparar y ejecutar una operación tan compleja y que exige tantos medios como la que acabó con la vida del ayatollah?

En el avispero iraquí sobran rivalidades, armas y voluntarios al suicidio. Las tropas de ocupación han mostrado hasta ahora una asombrosa incapacidad para ocuparse de los “voluntarios árabes” que se trasladaron al país antes de la guerra y allí se han quedado. Han sido también incapaces de limarle los dientes a los fedayin de Sadam que, armados y en libertad, siguen imponiendo su ley. Las imprevisiones e improvisaciones de los ocupantes las están pagando todos (ojalá España no abone su cuota parte) y en primer lugar, los propios iraquíes. Tarde, mal y nunca ahora se le ocurre al alto mando americano poner en marcha una Guardia Nacional. ¿Por qué esperaron tanto tiempo?

En cuanto a los autores de la masacre, la tesis de que fue organizada por los opositores a la línea representada por Al Hakim en el chiísmo iraquí, empieza a imponerse. ¿A quién aprovecha el crimen? En primer lugar al joven y radical ayatollah Al Sadr y a cuantos aborrecían el papel moderador de Al Hakim, que sin ser amigo de los americanos, no predicaba su exterminio.

En Irak sobran fanáticos y falta de todo. Los ocupantes han preferido soportar a unos sin proveer a la inmensa mayoría de lo imprescindible. Las condiciones para una explosión generalizada, están dadas.


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