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Emma Brossard

La brutalidad de Chávez

A partir de febrero de este año, cuando el presidente Hugo Chávez despidió a más de 18 mil empleados de Petróleos de Venezuela (el 75% de los cuales eran gerentes, ingenieros y técnicos), su odio hacia los empleados petroleros por la huelga se tornó en brutalidad. El colmo ocurrió el 25 de septiembre, cuando sus matones a sueldo atacaron las viviendas de los empleados del campo Los Semerucos, en la península de Paraguaná, cerca de las grandes refinerías de Amuay y Cardón.

El ataque contra las familias de los ex empleados de PDVSA comenzó a las 2:30 de la madrugada, cuando tropas de la Guardia Nacional invadieron las instalaciones, rociando las casas con gas lacrimógeno y balas de goma. Hubo muchos heridos; hombres, mujeres y niños fueron sacados a la fuerza de sus hogares hacia lugares desconocidos.

La lista de abusos perpetrados contra la Gente del Petróleo es larga: perdieron sus empleos, sus ahorros de miles de millones de dólares, sus pensiones y sus viviendas. Intevep, el prestigioso instituto de investigaciones petroleras, fue destruido y hoy enarbola una bandera cubana; los barcos tanqueros de PDV Marina yacen en virtual abandono; Bitor –la empresa productora de orimulsión– ha prácticamente cerrado operaciones, lo cual causará millonarias demandas contra Venezuela por parte de empresas de electricidad de varios países que hicieron grandes inversiones para poder utilizar la orimulsión como fuente de energía. Esa consciente destrucción de la segunda empresa petrolera más grande del mundo no tiene sentido.

Sabemos del odio visceral de Chávez hacia Estados Unidos y a los ex empleados de PDVSA, pero por eso ¿está dispuesto a hacerle tanto daño a su propio país?

Desde que Chávez asumió la presidencia de Venezuela, PDVSA ha perdido 1,5 millones de barriles diarios en capacidad de producción. Chávez y su ministro de Energía Rafael Ramírez mienten al insistir que están produciendo 3,3 millones de barriles diarios. Y si no fuera por las empresas extranjeras que están produciendo en Venezuela más de un millón de barriles diarios, la producción venezolana sería menor aún, debido al daño irreversible causado por personal sin experiencia ni entrenamiento que ahora maneja las inmensas y sofisticadas instalaciones de PDVSA. En otras palabras, Chávez mantiene el poder gracias al dinero proveniente de las compañías petroleras extranjeras.

Las regalías y demás pagos que hacen esas empresas petroleras extranjeras ya no van a PDVSA sino directamente a manos de Chávez. Peor aún, el Poder Legislativo ya no tiene control alguno sobre las petroleras extranjeras ni sobre sus pagos.

Es irónico que mientras las grandes empresas petroleras internacionales mantienen a Chávez en el poder con su producción de gas y petróleo, son los venezolanos de la oposición quienes, lejos de irse de su país, como hicieron los cubanos, mantienen una desigual batalla para salvar a su patria del comunismo chavista.

Emma Brossard es autora del libro “Power and Petroleum: Venezuela and Cuba” (2001), y fue asesora de la presidencia de PDVSA (1985-1994)

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