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Defensa y la Fiesta Nacional

El Ministerio que dirige Federico Trillo ha hecho público que este año, en el tradicional desfile por la Castellana, se paseará sobre las tropas un helicóptero Tigre, como ejemplo de la política de adquisiciones y modernización del material. Es ya el segundo año que se hace algo así, pues en la anterior edición se trajo desde Grecia un carro Leopardo de exposición para tan señalado día. No importó que en ello se consumiera el 14% del coste total del desfile, cifrado en unos 120 millones de pesetas de antaño.

En este año, el deseo de mostrar una nueva pieza de equipamiento lleva a olvidar que el modelo de helicóptero Tigre que España recibirá dentro de unos cuantos años no es el que posee Francia y tampoco importa que no haya pilotos españoles acreditados para poder volar el Tigre. Se supone que el aparato vendrá desde Francia con su propia tripulación. Lo cual es curioso, porque la gala del 12 de octubre es el día donde los ejércitos españoles se visualizan como un instrumento del pueblo español, de España.

Son detalles como este los que provocan la reflexión acerca de la identidad cultural y los valores de nuestros militares. La progresiva desnacionalización se empezó a acometer con la necesidad de reclutar a extranjeros, latinoamericanos de teórica doble nacionalidad, para paliar el creciente déficit del reclutamiento español. Ese experimento, afortunadamente, fue un fracaso en términos cuantitativos. Hay demasiados indicios de que la moral y la cohesión de las unidades se resienten con la mezcolanza. Aunque se resienten todavía más si se acaba aceptando que todo vale con tal de que haya soldados en los cuarteles, como parece indicar la orden escrita de que no se arreste a los soldados por fumar “porros” fuera de horas de servicio.

La defensa española no necesita más frivolidades, sino un plan estratégico de transformación que tenga como objetivo y resultado devolver aquello que nunca debieron perder nuestros militares, la capacidad, la voluntad y la cultura de los guerreros. Los ejércitos españoles se han dejado llevar en la década de los 90 por lo fácil, su participación en misiones de paz. Pero para eso son caros y están mal preparados. Es más, la ayuda humanitaria y el apoyo a la paz suponen un coste de oportunidad que les impide entrenarse y realizar otras cosas. Máxime cuando España cuenta con fuerzas paramilitares, como la Guardia Civil, especialmente diseñadas para esas situaciones donde la paz es precaria, pero existe, y se trata de afianzarla y consolidarla. Es el caso de los Balcanes e incluso de Irak.


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