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EDITORIAL

Infamia en Londres

Después de los dos brutales atentados de Al Qaeda contra intereses británicos en Estambul, que han causado 27 muertes –entre ellas la del cónsul del Reino Unido en esa ciudad– y centenares de heridos, lo más doloroso para cualquier persona de bien, especialmente si es británica, ha sido observar cómo una manifestación organizada por grupos de extrema izquierda pedía por las calles de Londres a los líderes de la guerra contra el terrorismo, Bush y Blair, que se rindieran ante Al Qaeda y los "fedayines" de Sadam y abandonaran Irak. Hasta tal punto ha llegado la infamia de los enemigos de la libertad y de la democracia, que han parodiado la famosa imagen del derribo de una de las estatuas gigantes de Sadam en Bagdad –el símbolo de la caída del régimen genocida–, derribando a su vez una estatua de cartón piedra que representaba a George W. Bush.
 
Según uno de los portavoces de la plataforma Stop the war coalition, el homólogo británico de No a la guerra, "el mensaje para Bush es que su política en Irak ha fracasado. Queremos que cambie esa política basada en el ataque, la fuerza, las detenciones indebidas y la violación de las libertades civiles". Es casi imposible concebir una desfachatez, un cinismo y una infamia mayores, habida cuenta de que esas supuestas violaciones de las libertades no son más que el aperitivo de lo que ha estado perpetrando Sadam Husein durante casi tres décadas en Irak. Una prueba elocuente de que a la extrema izquierda antisistema le dan exactamente igual las detenciones indebidas y las violaciones de las libertades civiles –siempre no sean las suyas, naturalmente–, es que cuando Sadam gaseaba a los kurdos, asesinaba a los chiítas, encarcelaba y torturaba brutalmente a sus opositores y llenaba las fosas comunes con las víctimas de sus crímenes, no se oyeron sus voces de protesta ni tampoco organizaron manifestaciones multitudinarias para exigir la dimisión del psicópata genocida, que todavía seguiría tiranizando a los iraquíes si Bush y Blair no hubieran tomado la decisión de destruir su régimen para que dejara de ser sede de todas las violaciones imaginables de los derechos humanos y cobijo de terroristas.
 
Por mucho que se empeñen los enemigos de la libertad –y los medios de comunicación que les hacen el juego, que son la inmensa mayoría– en presentar la situación en Irak como un caos inmanejable donde los iraquíes añoran la "paz" y el "orden" de Sadam, lo cierto es que, como dijo Bush, "todo lo que sé es que a la gente de Bagdad, por ejemplo, no se le permitía hacer esto –manifestarse y criticar al gobierno– hasta hace muy poco". Aunque de nuevo haya que repetir lo obvio, el principal obstáculo para la completa normalización de Irak –de la que ya gozan una buena parte de los ciudadanos– no son las tropas de la Coalición, única garantía del buen fin del proceso, sino los atentados de la "resistencia" terrorista ligada a Sadam y a Al Qaeda, quienes lo último que querrían ver es cómo se consolidan la democracia, las libertades y el progreso en un país árabe que pueda servir de ejemplo para el resto de las corruptas y a veces totalitarias y criminales tiranías de Oriente Medio.
 
Por esto mismo, no es casualidad que, primero Indonesia y después Turquía –los países musulmanes que más cerca se hallan del modelo occidental– hayan sido víctimas de los atentados más sangrientos cometidos fuera de Irak. La masacre de Bali, y las carnicerías perpetradas en Turquía –primero contra los judíos y después contra intereses económicos y diplomáticos británicos– son "advertencias" de Ben Laden en contra de la "corrupción occidentalizante" de estos países, que "sucumben a la tentación" de abandonar la "pureza" del Islam por la libertad y el progreso de Occidente. Esta visión totalitaria –que, como señalábamos hace unos días, impregna los libros de texto de los escolares palestinos– no necesita de "provocaciones" expresas, como intentan dar a entender muchos "expertos" en política internacional, nacionales o extranjeros, que hacen el juego a los terroristas y a los grupos antisistema.
 
En la lógica del fanatismo islámico no hay elección: los "infieles" deben convertirse o ser destruidos, Occidente debe islamizarse o sucumbir. Es la mera existencia del modelo occidental lo que "provoca" a los terroristas, sean de Hamas, Yihad o Al Qaeda, y no los esfuerzos de EEUU y sus aliados por preservarlo. Pero, sea como fuere, no parece que lo más sensato sea cruzarse de brazos, abandonar a los iraquíes a su suerte y pedir perdón a Ben Laden y a Sadam. Afortunadamente, Bush, Blair y los miembros de la Coalición han decidido hacer todo lo contrario; pues la experiencia de España demuestra que la peor forma de combatir el terrorismo es intentar "comprender" sus "razones".

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