Ignacio Villa
El cava tendrá que esperar
La borrachera electoral ya ha terminado en Cataluña y ha empezado la hora de la verdad, justo cuando se confirma que las cosas no son precisamente de color de rosa y que los entusiasmos nacionalistas no sirven para hacer política. Son muchas banderas y muchos complejos azuzados desde la radicalidad los que, a la hora de gobernar, no sirven absolutamente para nada. Así, tras la "sobredosis" nacionalista, ahora llega el momento de formar Gobierno, y eso ya son palabras mayores: afloran todas las miserias y mezquindades de un pobre discurso político.
Y en esas estábamos cuando, de repente, se han dado cuenta ahora en Convergencia i Unió –a buenas horas– de que pueden tener a su principal enemigo en casa. Resulta que, si ERC consigue mantener, mal que bien, su discurso "radical-nacionalista" hasta la campaña electoral de las generales, se pueden encontrar de pronto con un grupo parlamentario propio y consistente en el Congreso de los Diputados. Algo que sería un auténtico "jarro de agua fría" para la trayectoria parlamentaria de los convergentes en Madrid.
No podemos olvidarnos de que, en el Congreso de los diputados y durante todas las legislaturas desde el inicio de la democracia, los catalanes siempre han sido los de Convergencia i Unió: ellos y exclusivamente ellos han llevado el peso del protagonismo de Cataluña en la política central. Ahora, si de pronto irrumpiera en el hemiciclo de la carrera de San Jerónimo un grupo catalán, pero con las siglas de ERC, paralelo y simultáneo al de CiU, las cosas cambiarían mucho y eso terminaría influyendo, más de lo que parece, en el peso específico de la política de los convergentes.
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